domingo, 25 de abril de 2010

Pisando Hormigas

Podemos pasarnos la vida entera pisando hormigas, achicharrándolas con una lupa bajo el sol. Pero allí van a estar ellas, diminutas y organizadas siempre. Escurridizas y perfectamente adaptadas siempre.
Podemos calumniarlas en bares y cafetines, producir películas donde se vean horrendas y crear instituciones para desarticular su estructura social. Pero allí van a estar siempre ellas, siendo hormigas.

Ni aun queriéndolo la humanidad entera, pues no alcanzarían las lupas.

Y hablando de fuerzas y órdenes superiores a nosotros, continuamos con el relato de nuestro ya inevitable andar hacia el norte.
El resto de nuestra estancia en La Paz, fue un poco como estar en casa. Edair, un amigo de Julián, nos prestó un lugarcito para pasar las próximas dos semanas. La idea era vender algo de bijoux, considerando la pronta llegada a los Estados Unidos, además intentamos hacer mantenimiento a la nave con consecuencias casi catastróficas.

El malecón fue nuestra primera opción para exponer y hacer unos pesos. En tres oportunidades llegamos con la nave sobre la costa del Mar de Cortéz, sin mayores resultados. Ni humanos ni calamares gigantes se interesaron en nuestras joyas. Pero habría revancha. Tanto Julián como Carla, su chica, se rebanaron la corteza cerebral pensando en la mejor manera de ayudarnos en este viaje y fue cuando la gran idea surgió. Carla insistió en pedir permiso para vender en el parque de estacionamiento del centro comercial más importante de la Paz. Llegamos en yunta a hablar con el gerente del lugar, que de muy buena gana nos dio el visto bueno para poner la nave sobre un caminito y vender. Miércoles, sábado y domingo fueron los tres días designados, pero antes llegaría el reencuentro con Juancho, Aymi y la Estanciera.
 
Apenas llegados los chicos, nos fuimos de camping a Balandra, aquella hermosa playita que les mostramos la entrada anterior. Como el clima es muy desértico, y en la playa cuesta mucho conseguir leña, nos fuimos con la nave a recorrer lugares más promisorios.
 
Y volvimos con peluca.
 
Fogón, parrilla, pollo, papas, guitarra e invocación de OVNIS incluida. Noche redonda para el reencuentro, aunque desde ya, sin apariciones alienígenas. Esto de los extraterrestres me tiene un tanto desconcertado, medio mundo dice que vio OVNIS, pero pa´ mi que esto es un cuento chino. Por lo recién citado, encuesta, como siempre al pié de la página.

Las ventas fueron un éxito. Parqueados justito enfrente a la salida del cine, rompimos todos los récords de americaencitro. Aquellos tres días, nos dieron suficiente como para entrar a Estados Unidos con los bolsillos aliviados. Carla trajo globos para decorar la nave, e improvisamos un sistema de iluminación que ayudó muchísimo a la facturación nocturna.

Toda la banda reunida alrededor de la Citronave en su apogeo.  
 
   Mmmmmmmmmmmmmm..... no.

Pasamos un par de semanas en La Paz, esta vez solo me mandé macanas con la nave. Primero le cambié el aceite, poniéndole uno que casi nos funde el motor. Y a la hora de medir la compresión de los cilindros, un pedazo de la rosca del compresímetro, se quedó dentro de un cilindro. Con imanes y aspiradoras intentamos rescatar la esquirla, pero no sería suficiente, llegarían problemas en el camino.
Reno, Julián y Carla fueron nuestros grandes amigos en la Baja California Sur, pero no los únicos.

Conocimos por aquellos días un montón de gente maravillosa. Carlos el Chaqueño, Gian Batista amante de los Alfa Romeo (foto), el acomodador de los changuitos del supermercado y algún que otro argento más. Todos reunidos en torno al gran imán, nuestros últimos días en México no podían transcurrir sin buena vibra alrededor.
 
Los de Fuego junto a tres grandes, Carla, Julián Wayas y “el Mini”. Tendría que escribir un libro entero para explicarles todo lo que nos ayudaron estos chicos. Ante todo la humildad y un corazón suficientemente grande como para darle a los demás, lo que a veces no tenían ni para ellos mismos. Siempre al pié del cañón, motivados por nuestro andar gitano y una amistad que se hizo grande en poquito tiempo. Una vez más, no nos alcanzan las letras del abecedario para expresar la gratitud que tenemos para con ellos. ¡¡¡GRACIAS MIL, PINOCCHIOS!!!!  
 
  Cuesta despegarse cada vez de tanta gente amiga, pero es lo que hacemos siempre. El camino nos reclama. La nave, sin importar cuantos achaques tenga, pide ruta y nuestros pies también. Aymi y Juancho se nos habían adelantado uno o dos días. Tras recorrer unos cuantos kilómetros con un fuerte viento en contra y peleando contra la geografía del lugar, la presión de aceite de la nave no se veía nada bien. Paramos una o dos veces durante el día, los ruidos del motor iban “in crecendo” y nuestra confianza cada vez más “piano”. Al llegar a Loreto ya se veía el humo saliendo por el escape del Citro, el ruido del motor era infernal (aún más infernal que de costumbre) y nosotros quedábamos en medio de la gran disyuntiva. Volver con la frente marchita hasta la Paz e intentar un arreglo, o tirarnos a llegar hasta San Diego donde podíamos hacernos de una cabeza nueva para la nave y acomodar las cosas por allá.  
 
Demasiados pelícanos como para saber si lo que sueño concluye en algo.
 
Afortunadamente no tuvimos que buscar demasiado donde pasar la noche, en una gasolinera ubicada a pocos metros de donde estábamos, nos permitieron levantar nuestra pequeña carpa guatemalteca.
El panorama que se veía bien oscuro aquella tarde, cambió repentinamente al día siguiente. Llamamos a Julián y nos recomendó meterle al motor un aditivo que anduvo de maravilla. Con la presión de aceite sustancialmente mejorada, nos animamos a seguir viaje y tras andar unas horas, llegamos a una pequeña comunidad sobre la playas de Bahía Concepción. En El Coyote nos reencontramos con “Los Estacionarios” y decidimos acampar allí para bajar un poco la adrenalina del día anterior.


Los cardones son los dueños de esta seca tierra californiana. Mientras nos movemos, nos cuentan historias del desierto, historias de silencio enrojecido por las montañas que se desangran en un tiempo detenido. Es la inmovilidad, es la soledad, el horizonte inalcanzable y el viento que lo arrastra todo, hasta al sonido. Son estas tierras abiertas y sin límites, las que permiten que la mente vuele lejos. No hay mejor magia que la del olvido del ser, no hay mejor lugar para encontrarlo todo. No me den selvas, ni bosques de altura. No sirven las montañas ni las fértiles pampas de dulces pasturas a estos fines. Denme desierto, denme la soledad de la roca para hallarme en equilibrio perfecto.

La Peque ahoga una gaviota en una olla.
Ni alcanzan todos los diábolos de la tierra para oscurecer al sol. ¿Soy solo yo el que se siente cada vez más chiquito?

Habíamos escuchado ciertas historias de curvas mortales y cucharas danzantes.

Lo de las curvas era verdad che. No uno, varios camiones se quedan sin ruta y se precipitan en caída libre por la pendiente de rocas. Es tan común, que hay gente que vive solo de recolectar y vender la mercadería desparramada por todo el lugar. Cosa ´e mandinga.

Tras hacer noche en San Ignacio, acampando en una explanada a espaldas del convento histórico del lugar, amanecimos con la carpa empapada. Hubo que guardar todo mojado en el techo de la nave y nos cayó el gualicho. Fue cuestión de quedarnos sin limpiaparabrisas para que se largue a llover en el desierto. Todo aquel día viajamos cubiertos por una nube gris y poco simpática. Con la estanciera como faro, hicimos un tirón bien largo hasta la hiperventosa tierra de Guerrero Negro.

Las gotas pobladas de vida, traen vida. El desierto se viste de mil colores, para recibirla con sus espinas cansadas de vivir con sed.
El país de Guerrero negro es el país de sal. Y esta sal en particular tiene tres o mil aliados poderosos. El viento, el océano y el sol.

Creíamos venir de tierras áridas, creíamos tantas cosas. Más desnuda aquí la piedra, más intransigente el viento, más poderosa la hostilidad de la naturaleza que nos susurra al oído el mismo mensaje de las eternas hormigas y el sol que nunca podremos apagar con artefactos de acróbatas chinos. Cohetes para pinchar la luna, podemos construir un millón y treinta y dos, pero difícil va a ser desinflar semejante globo.


Capítulo veintidós y medio: El camino de los Cetáceos.

¡El camino de los cetáceos!

Antes de llegar al pueblo, nos desviamos unos pocos kilómetros rumbo al Océano Pacífico, hacia la laguna Ojo de Liebre. Allí el paisaje del desierto se funde con el de un mar plagado de ballenas. Tal como lo hacen en nuestras costas patagónicas las francas, aquí, las ballenas grises llegan para aparearse y dar a luz sus simpáticas crías.
Embarcarnos para verlas de cerca estaba medio saladito (caro), asíque pensamos en acampar y aprovechar la tarde para juntar almejas en la costa. Ya nos habíamos abrazado a esta empresa anteriormente con Juancho, siempre sin éxito.. Como hablamos con los muchachos locales y nos dijeron que podíamos sacar algunas durante la marea baja, lo volvimos a intentar. Mientras las chicas tejían bajo una palapa, salimos en busca del preciado alimento. Con una pequeña pala hacíamos pozos sin saber bien donde, un poco en la arena, otro poco en el agua y nada. Caminábamos y probábamos nuevos campos, pero sin éxito. Empezamos a usar las manos…. Naranja. Un redepente, algo sentimos con los pies y hallamos la técnica perfecta para la caza de moluscos. Con las patas íbamos rastrillando la zona de la orilla, donde la arena apenas esta cubierta por un poco de agua. Sentíamos las almejas al pisar con fuerza hundiendo los pies en la arena y las sacábamos con la mano nomás. Una hora más tarde volvíamos con una bolsa repleta de ellas. Tras deliberar apasionadamente acerca de la mejor forma de prepararlas, hervimos una olla de agua en el restaurante del lugar y adentro los bicharracos.

¡Arriba los que van para Barracas!

Acampamos aquella noche bajo un cielo de mil estrellas, esta vez el chaparrón pasajero nos encontró bajo techo y a la mañana siguiente se presentó la oportunidad que estábamos esperando. Un bote con varios turistas salía a ver ballenas y negociamos un precio conveniente para todo el mundo con los lancheros, para aprovechar los lugares vacíos.
Uno no sabe bien que hacer en estos casos, no todos los días se va en busca de gigantes marinos. Por eso en el muelle, hay letreros muy ilustrativos que lo orientan a uno elocuentemente.

“NO AHORCAR A LAS BALLENAS”
 
Finalmente teníamos premio, nos internamos como una hora en la gran lengua de mar que se mete en tierra y comenzamos a buscar a los enormes felinos.

Al principio seguimos a un par pero se nos escurrieron las desgraciadas, navegamos otro tanto y cuando parecía que la acción nunca aparecería, apareció. Tres o cuatro ballenas se acercaron nadando a toda máquina hasta el bote. La madre, empujaba al cachorro para que se nos acercara y en un minuto ya eran como seis las bestias que daban vueltas a nuestro alrededor. Era evidente que disfrutaban el encuentro ya que además de buscarnos, sacaban la cabeza del agua para que las acariciemos.

Una experiencia increíble, ¡como perros che! Imaginen un bicho de dieciséis metros de largo y unas cuantas toneladas de peso acerándose lo más delicadamente posible para que lo toquemos. De tanto en tanto hasta golpeaban el bote. Nadaban de espaldas o de costado y nos miraban atentamente mientras se deslizaban por debajo de la lancha. Todo el asunto se prolongó por casi cuarenta minutos o una hora. Cuando pisamos tierra, nuestras sonrisas siguieron dibujadas por horas.

Al llegar al pueblo de Guerrero Negro, nos dirigimos directamente a la estación de bomberos en busca de una ducha. Allí nos recibió José que de muy buena gana, nos hizo lugar adentro del cuartel para la carpa, los coches y nos habilitó una duchita. El agua estaba helada, pero había que sacarse la costra de varios días de camping. Semejante es la suerte que tenemos, que José trabajaba también en las famosas salinas de Guerrero Negro y al día siguiente, nos consiguió el permiso para recorrer todo el lugar. José mismo fue nuestro guía. Visitamos las piletas de sal, los camiones de sal, la correa de sal, el barco de sal y la montaña de sal.

La técnica para obtener la sal comienza con el bombeo de agua de mar dentro de enormes piletas, allí el viento y el sol trabajan durante días para evaporar el líquido y lo que queda es cosechado con enormes máquinas. Esta es la salina que más sal da al mundo, de aquí los preciados cristales salen en barco hacia diferentes rincones del planeta.



¡Arriba Le´Chien!

    Una última noche en el cuartel, Loli improvisa su oficina sobre la nave.

  Hogar dulce hogar.
 
Esa noche, José nos invitó a comer a su casa para que conozcamos a su gente. Linda manera de despedirnos de la última casa de familia que pisaríamos en México.

Las distancias de Baja California son importantes, muchas veces nos aconsejaron llevar un bidon de nafta extra para cubrir determinados tramos. La verdad no fue necesario, de no ser así, hubieramos recurrido a una de estas sofisticadas bombas. 

Si la nafta de las estaciones de servicio es casi más agua que nafta, no quiero ni imaginarme la de aca.

A la mañana siguiente, ganábamos ruta una vez más, sin saber a donde llegaríamos. Los paisajes de la Baja California, se reinventan mientras nos movemos. Realmente nos llamó la atención como tras andar unos kilómetros, lo que era solo roca, se volvía verde. Un poco más allá aparecen montañas partidas en un millón de pedazos. Otro tanto más y todo se oculta tras enormes bloques redondeados. El cuadro muta con una velocidad asombrosa y nuestro andar nos hace sentir plenos de felicidad. Tan hermoso es este país peninsular, tan variado y sorprendente, que sentimos un bienestar físico, como un cosquilleo de alegría en el pecho y el estómago, mientras la naturaleza se nos revela grandiosa e inalcanzable.
Finalmete, tras manejar el día entero, llegamos al mágico Valle de los Cirios. 
Este lugar es único en el mundo debido a que está poblado por una planta endémica del sitio. Se trata de los Cirios, árbol muy primitivo. Una especie de palo sin ramas que crece de forma caprichosa, curvándose a veces, manteniéndose erguido otras. No parece un árbol, más bien está entre esto y un cactus. Todo el lugar está repleto de ellos, pero al hacer unos cuantos kilómetros, desaparecen por completo, obedeciendo las leyes de esta tierra que odia repetirse a si misma.

En el pueblo de Catavinia, nos surtimos de fideos para la noche y casualmente conocimos a un policía que nos recomendó un buen lugar para acampar. Tras recibir las indicaciones, llegamos a una bajada y nos alejamos un poco de la ruta para levantar campamento. A unos cien metros, trepando un poco un gran cúmulo de rocas se encontraba una cueva cuyo techo se hallaba adornado por completo con pinturas rupestres.


Luego de pasar allí la noche, nos quedaba una última parada antes de cruzar la frontera hacia Estados Unidos. Esa última parada fue la ciudad de Ensenada. Teníamos que terminar de liquidar algunos asuntos antes de abandonar México. Básicamente, comprar aquellas cosas que del otro lado fuesen más caras, cambiar algo de dinero y hacer acopio de coraje para enfrentarnos a la frontera más grande del mundo: Tijuana - San Diego.
En Ensenada los bomberos nos abrieron las puertas del cuartel y mucho más. Realmente se interesaron muchísimo en nuestro viaje, nos obsequiaron algo de ropa y un peluche para sumar a la colección. La recomendación fue que en lugar de cruzar por Tijuana, lo hicieramos por un pueblito más tranquilo y no tan alejado llamado Tecate. Aymi y Juancho querían vivir la experiencia de Tijuana y por eso cada quien salió por caminos diferentes. Nosotros amanecimos tempranito y antes de las seis ya estábamos en la ruta. 

Uno de los muchachos insistió en que me pruebe el equipo y recién entonces descubrí lo que es estar en estos zapatos. La ropa, las botas, el tanque de oxigeno, el casco y todo lo demás, pesan como una tonelada. Yo apenas estuve parado unos quince minutos con el equipo puesto y les aseguro que mi espalda lo sintió. Correr, saltar, y bancarse el calor con todo esto encima durante horas, no es para cualquiera.

Y este sería el último cuartel que pisaríamos. En Estados Unidos, la cosa iba a ser bien diferente y los cuarteles de bomberos dejarían de ser nuestro hogar. Pero no nos adelantemos, que aún nos quedan recorrer ciento veinte kilómetros de suelo mexicano.

Nos despedimos de México mientras dormía. Un extenso colchón de nubes cubría las majestuosas montañas impidiéndoles despertar. Solo así evitaríamos la tristeza de abandonar después de seis meses, esta tierra de maravillas. Solo así evitaríamos las pesadas lágrimas del alma. 
Despedimos en sueños al país que nos devolvió menos adormecidos, y más vivos. Solo así evitaríamos el no poder dejarlo nunca.

La mañana estaba helada, todo oscuro aún, ni un alma se sentía en la estación. Nos despertamos y sin hacer ruido tomamos un café y cargamos la nave. El capitán se levantó para desearnos buen viaje y partimos. No habíamos imaginado un camino tan exigente (ni tan hermoso). En San Diego nos esperaba una buen amigo de Pepe Hernandez, Luis Boldo, pero debíamos llegar antes de las once de la mañana para encontrarlo en su casa. Las dos horas que habíamos calculado para llegar a la frontera se hicieron tres, las montañas se volvían cada vez más altas y la nave debía esforzarse para transitarlas. Un retén militar nos robó algunos minutos extra y para cuando llegamos a la frontera, ya nos corrían las agujas.


Al llegar a Tecate seguimos las indicaciones y rápidamente estábamos formando una gran fila junto a otros tantos automóviles. Sin poder salirnos de la gran serpiente motorizada que avanzaba rápidamente, descubrimos que ya estábamos cruzando a suelo estadounidense sin haber hecho los trámites de salida de México. La verdad es que esta frontera no se parecía a ninguan de las que habiamos cruzado anteriormente. Inevitablemente entramos, nos revisaron el auto y sin mayores preámbulos nos sellaron la entrada al país.
Ahora estábamos en dos paises al mismo tiempo.
¿Quieren saber como termina la historia?
A esperar viejo, porque ya tengo los dedos chuecos.
Abrazos y patadas ninjas para todos los que siguen este blog, para los demás, más patadas ninjas que abrazos.

¡Arrivederci e buonafortuna!

lunes, 19 de abril de 2010

Llámalo X, me parece bien. Llámalo energía ¡Mejor todavía!

Del mundo de los pisadores y los pisoteados, no esperamos nada. Del mundo de las manos que se estrechan, lo queremos todo. Tan bien hecho está el trabajo de los que no tienen corazón, que ni todo este camino ha sido suficiente para desprendernos de muchas de esas cosas que odiamos. Y claro, si desde que uno es chiquito le meten basura en la cabeza, y le desarticulan el corazón. Un pueblo dividido se maneja de taquito. A un pueblo atemorizado se lo hace danzar sin mayor dificultadal, al ritmo de los tambores de la sumición. El pueblo sin letras (que generalmente es además, el pueblo sin comida), no encuentra ni encontrará jamás refugio en sus propias limitaciones. Y por eso se nos embrutece, y por eso tienen a tantos con las panzas vacías. Porque no quieren un poquito de nosotros, nos quieren a todos y enteritos. Viviendo vidas diminutas, microscópicas y tristes.
Y si uno se cree el cuento, entonces no hay nada que hacer con las páginas por venir, pues ya están escritas de antemano. Pero, la buena noticia es que no hay necesidad de creer en sandeces, y no necesitamos más pluma, ni más papel que el que podamos comprar con nuestra imaginación. 
Y muchos se creerán muy poderosos, y otros tantos creeremos que aquellos tienen poder, pero ambos estamos equivocados, pues las limitaciones no se buscan alrededor, sino dentro nuestro.
Insisto, usemos la cabeza que para eso la tenemos sobre los hombros. Seamos hombres y mujeres librepensantes, ¡librepesantes! Que para recetas, sufiecientemente gordo está ya el libro de Doña Petrona.

 La nube de Vallarta nunca desapareció, es más, nos corió hasta nuestro siguiente destino: Tepic.
Tepic es la capital del estado de Nayarit, allí llegábamos pasados por agua y un tanto achuchados tras nuestros últimos pasos solitarios. El camino, mientras nos acercábamos a la ciudad, insinuaba ciertas dificultades, pero teminó perdiendose en lomadas atenuadas, cubiertas de frondosísimos árboles de mango que recién comenzaban a trabajar sobre sus incontables frutos. En Tepic, nos recibió el buen Arturo Díaz, un notario público amigo de el aún enmascarado Reno Cassasola. 

  
Enrique, Arturo, Florencia y Arturo hijo. Esta hermosa familia nos recibió en su casa durante unos tres días. Como buenos mexicanos que son, se brindaron totalmente apoyándonos en esta travesía americana de todas las maneras posibles.

   

Flor es una súper persona, llena de vida y alegría. Sus pies apenas logran mantenerse sobre la tierra con la ayuda de Arturo. Puede decirse que es un torbellino sin temor a errar, flor de torbellino.
Por aquellos días mandámos la compu al DF para ver si la revivían (morta en el huracán de Vallarta), nos mimaron a lo grande, nos llevaron a probar toda clase de delicias locales aquí y allá, nos introdujeron al fantástico mundo del sushi, hubo un poco de prensa dando vueltas y tanto más. Pa´ redondear Flor le llenó el tanque a la nave cosa de que el envión fuera completo.

Mas amigos que nos inviaron a cenar y a compartir buenas charlas.

El panteón de Tepic.

¡Alimenten al gurrumín que se nos viene flaco!
Y entre el sushi, los tacos y las sincronizadas matutinas de Gloria, casi que podíamos dejar al citro y llegar rodando a Alaska.
Con precisas indicaciones y varias recomendaciones de Arturo, partimos hacia San Blas. Si, el lugar de la canción de Maná. El vero San Blas. No nos vamos a cansar de decir ¡GRACIAS! ¡Gracias a la familia y gracias a México!

Y la nave a trepar montañas, esta vez eran bajas y estaban cubiertas por una frondosa vegetación. Por supuesto los mangos dominaban la escena y en un ratito estábamos en San Blas (y con sol).

 No se como lo imaginaban, pero este es el famoso Muelle de San Blas, con loca y todo.

San Blas es un pueblito pesquero chiquito, con algo de turismo y mucha mística. Allí se pueden comprar mariscos en cada esquina, a muy buen precio y recién sacados de la mar. Varias playas rodean al pueblo, algunas son pequeñas bahías rocosas y otras, extensísimas plataformas de arena.


Mucha vida en estas costas, pelícanos y fragatas por doquier, buena pesca y alguna que otra resagada que va tener que esperar a la próxima oportunidad, para conocer el océano y degustar sus ricas algas y medusas.

Tras dar una que otra vuelta, decidimos acampar en plena playa. Afortunadamente encontramos otro paraíso seguro y poco poblado para disfrutar, la idea era seguir viaje al día siguiente pero....


En aquel atardecer, mientras encendíamos un fuego pa´ cocinar unos fideitos, una sombra empezó a pasar por encima de nuestras cabezas. Ida y vuelta, volando cada vez más bajo y sumbando en nuestros oidos, el anónimo pájaro de aluminio sería la excusa para quedarnos un poco más en estas tierras.
La prensa que tuvimos en Mexico nos aydó mucho con nuestro andar en estas latitudes. A todos lados que íbamos, alguien se acercaba a decirnos que nos había visto en la tele y así arrancaba la charla. Esta vez, mientras hacíamos los fideos una pareja se arrimó, nos sacamos fotos y parlamos un rato, antes de irse, nos dejaron una bandeja repleta de camarones. Y se les hizo justicia a los curstáceos che.

No hay mejor riqueza que la felicidad. Nunca vamos a encontrar inspiración en todo ese plástico que anda dando vueltas. O se corre detrás de una zanahoria con sabor a nada, o se persigue la magia. ¿Y como se alcanza la felicidad dirán ustedes? Ni idea, pero mientras no nos permitamos nosotros mismos ir tras ella, de seguro será imposible hallarla.

A la mañana siguiente, ni habíamos salido de la carpa y alguien nos llamó desde afuera. Era Laura, una mendocina que vive en Estados Unidos hace ya unos cuantos años. Está pasando el crudo invierno del norte aquí abajo con su novio David y son quienes ayer manejaban al pájaro de aluminio sobre nuestras cabezas. Rápidamente nos invitó a volar y con más velocidad aún, nosotros aceptamos. Levantamos campamento al instante y mientras avanzábamos con la nave sobre la arena, David que ya estaba en el aire, se nos puso de frente y comenzó a bajar. La nave argenta y el pájaro de aluminio se acercaban de frente y la colisión era inminente, Le´Chien asustada me dice ¡Doblá! Yo, intuyendo las intenciones de David, seguí con rumbo firme y a último momento, el gran pájaro se elevó sobre nuestras cabezas. ¡Comenzó la acción!


Unas pocas palabras de presentación con David sobre las arenas de Matanchen y a volar. Primero Dr. Faca y después Dra. Le´ Chien con cámara y todo pa´ regalarnos algunas impresiones de su experiencia alada.
Estos ultralivianos son una aladelta grande con motor. Tanto el aterrizaje como el despegue son sencillos y rápidos, los comandos se limitan a dos pedales en el frente y la barra del ala, además de las revoluciones del motor. Y pa´ que describir algo indescriptible, estando en el aire, se puede apagar el motor y usar las térmicas para planear. Por eso es de gran ayuda observar a las aves que utilizan el mismo recurso para ahorrar energía. De alguna manera en el aire, David es una pájaro más. Tal vez no tenga la gracia ni la elegancia de una fragata y hasta tal vez se vea un poco grotesco al lado de un pelícano, pero sin duda su espíritu es identico al de un ser alado.

Un redepente, el bicho levantó vuelo como si juera un pajaro de adeveras. ¡Habrase visto cosa semejante!

Y chiquiiiiiiiita se veía la nave.

Pa´ mi, esto era cosa e´ mandinga, porque nunca habían visto mis ojos cosa semejante.

Con los pieces sin suelo que pisar, andaba Le´ Chien por los aires, como si de un chimango se tratara.

Y afortunadamente, todos volvimos a la tierra. Pasado el julepe nos pusimos en yunta, pa´ usar una de esas máquinas que le roban a uno el alma, y retratar el momento en familia.

Y por supuesto decidimos quedarnos a compratir el resto del día con los nuevos amigos. Nos tomamos unas cuatro pavas de mate con Lau, y enseguida se armó la sesión musical con David, el Jethro Tull volador de Oregon.

Buenas vibras en Matanchén. Con dos ensayos más estábamos para el Luna.

¡Gracias por la onda chicos! Linda la vida del viajero.

Y dejamos Matanchén y San Blas, para movernos un poco más al norte llegando a Mazatlán. Como llegamos medio de noche y el lugar es grande, nos dispusimos a buscar donde armar la carpa. Pronto veríamos con claridad que una Pemex (todas las gasolineras o estaciones de servicio de México son Pemex, o sea ¿de la gente?), sería la mejor opción. A lo largo y ancho de México, las Pemex han sido nuestro hogar insustituible junto a las estaciones de bomberos y casas de familia. Pasamos la noche tranquilos, sin vendaval que perturbe el sueño y al día siguiente tras dar una vuelta por el malecón, decidimos seguir viaje al norte una vez más. Se suponía que de Mazatlán podíamos ya embarcar el auto en un ferry a La Paz en Baja California, pero nuestra idea era seguir subiendo hasta Los Mochis desde donde sale un tren llamado "El Chepe", que recorre la Barranca del Cobre. Esta barranca, según oímos, es más grande y espectacular que el famoso Gran Cañón del Colorado, así es que, pensamos en dar un vistazo.

El malecón de Mazatlán.

 Más viajeros en el camino.

Al llegar a Los Mochis, nos dirigimos a la estación de ferrocarril para averiguar algo más del Chepe, pero al ver los precios y que nada podíamos hacer para convencer a los encargados de que sería una buena idea que nos dejen subir gratis, nos retiramos hacia la costa en Topolobampo a unos pocos kilómetros de donde estábamos.
 Ahora sí, todo listo para embarcarnos durante unas cuantas horas hacia la Baja California. Nuevamente considerando la pequeña fortuna que representaba cruzar de tierra continental a peninsular (cerca de U$S 300), intentamos entablar relaciones diplomáticas con el gerente de la empresa de ferrys. Presentamos una carpeta llena de artículos de diaros y fotos del viaje, nos hicieron esperar hasta último momento y finalmente pasamos a una oficina. Ya casi estábamos cantando victoria, porque los no, suelen darlos desde atrás de un grueso vidrio. Pero parece que no estábamos en buen momento para los regateos esta vez, nada de nada. A pagar como todo el mundo y cállese la boca. Es increíble como funiona todo esto, uno nunca se queda de a pié. Cuando se tiene, hay que pagar, y cuando no se tiene, de alguna manera se activan ciertos mecanísmos cósmicos para que las cosas se arreglen de alguna manera. Se ve que esta vez teníamos.

 Inmenso el bicharraco, los camiones subían y subían sin parar. Cuando estábamos en la fila, esperándo para subir, se acercó el gerente que no había podido atendernos anteriormente. Charlamos un rato, nos explicó que la maldita crisis no le permitía hacernos la pasada de gauchada y finalmente nos regaló la cena y un lugar de lujo para la nave. Tan mal no nos fue después de todo.
El viaje duró toda la noche, desde las 22:00 hasta las 6:00 de la matina. No nos avivamos de bajar mantas y pasamos un poco de frío durmiendo sobre uno de los sofás del barco. Aún a oscuras, bajamos en el puerto de La Paz.

Tras una revisión militar no muy larga, condujimos el auto a la ciudad a través de caminos que ya anticipaban la belleza que estábamos por conocer en esta península. Ya en la ciudad intentamos ponernos en contacto con Reno, si, el famoso y a la vez desconocido Reno Cassasola. Ahí les va. Reno es un italiano de Venecia apasionado por los autos clásicos americanos, trabaja en sociedad con Pepe buscando y vendiendo joyas perdidas en el tiempo. En el departamento de Guadalajara, lo conocimos por primera vez, nos cedió su enorme cama matrimonial y pasó dos noches en el sillón del living, compratimos algunas charlas y rápidamente nos hicimos buenos amigos. Sabiendo que viajaía a Baja California en misión secreta para buscar carcachas, apuramos el paso y tuvimos recompensa.
Eran como las diez de la mañana y prácticamente todos los negocios seguían cerrados en La Paz, habíamos desayunado en el mercado y ahora, hacíamos tiempo esperando a que abran los cybers. Inesperadamente, mientras estábamos sentados en el Citro, aparecen de la nada "El Titiritero Cósmico" Reno Cassasola y Julián, un buen amigo de La Paz.
Fuimos a tomar un café y nos dijeron que estaban saliendo en busqueda de autos viejos por todo el sur de la penísnula, nos invitaron a conformar el equipo expedicionario y obviamente aceptamos. Guardamos la nave en casa de la familia de Julián y a la ruta. Supuestamente al día siguiente regresaríamos, por eso no llevamos más que lo puesto, litermalmente hablando. Solo agarramos la carpa, bolsas de dormir y alguna manta para pasar la noche acampando en alguna playa. Fueron cinco días increíbles, pero empecemos por el principio.
Primera parada Balandra.
  
Balandra es una playa paradisíaca y despoblada, en las afueras de la Paz. Cuando la marea baja, puede cruzarse a pié desde un lado de la bahía al otro sin problemas. Lo hermoso de Baja California, es que el desierto se mete casi dentro del mar. Todo el paisaje está dominado por cardones ancestrales que se las arreglan para crecer en un suelo seco e inhóspito. Aquí las temperaturas en verano pueden alcanzar fácilemnte los 50 grados y no es fácil para otras especies vegetales prosperar en estas tierras. Solo algunos arbustos xerófitos y los siempre mágicos cardones.

 Buenas defensas contra el calor aplastante, la falta de humedad y los molestos herbívoros.

.
Esta vez solo dimos un vistazo, pero volveremos a Balandra para pasar una noche, en unos siete días.

Bicharracos en el muelle de La Paz

 Esta es la clase de tesoros que nos interesaban en la gesta carcachística. Art Decó sobre ruedas.

En nuestra misión, recorrimos miles de rincones de la Baja California Sur. Los pueblos más pequeños, las playas más remotas, las montañas, los desiertos y mil lugares increíbles. La capacidad ilimitada de hacer sociales de Reno y el profundo conocimiento de Julián en la zona, nos llevaron a sitios más que interesantes. De La Paz, a La Ventana (playa de wind y kite-surf) y El Sargento. De allí a San Antonio, Los Barriles, El Triunfo, Aguas Calientes, San José del Cabo, Cabo San Lucas, Todos Santos, San Pedrito y vuelta a La Paz.
Los días se iban más o menos entre bromas, carretera, turismo, comida y trabajo. Cada tanto aparecía algún auto y entonces la tropa se animaba. Las noches, pasaron muchas veces acampando y haciendo grandes fogatas en distintas playas, otras en alguna piecita rentada por Reno. Julián nos habló mucho de lo fácil es ver OVNIS por acá, pero la verdad si bien estuvimos atentos, no apareció nada de nada, salvo algún que otro extraterrestre disfrazado de humano (pero esos ya estamos hartos de verlos).

 ¿Ya están cansados de ver pelícanos? ¡Pues a aguantarse, porque por estas tierras hay un montononón!
Esta foto la sacamos en Bahía de los Sueños, bueno, ese es su nuevo nombre comercial, en realidad el sitio se llama Bahía de los Muertos ya que por allí naufragó un barco y... imaginarán hubo varios occisos.

 
Finalmente para toda America, "El Titiritero Cósmico" Reno Cassasola y Le´ Chien en El Triunfo. El Triunfo es un pueblito que tuvo su epoca de auge con la explotación de varias minas de oro que se encuantran bajo sus pies. Hoy cien años después, está virtualmente abandonado, sus viejas casas caídas en pedazos, sus calles poceadas sumidas en un eterno silencio apenas interrumpido por el silbido del viento. Poca gente, poco trabajo y tres cementerios que recuerdan a los años dorados. El inglés, el chino y el popular. Algo tiene este lugar, algo de magia que se escapa entre las grietas de las casas venídas a menos. El Café El Triunfo, restaurado y llevado adelante por un Gringo que si mal no recuerdo se llama Mark, marca el sendero hacia el futuro de esta tierra fantasma. Buen pan casero de arándanos y una mística pizza que no llegamos a degustar. Al andar por allí, algo nos hizo sentir que El Triunfo se está olvidando del olvido.

   
La altísima chimenea utilizada en el proceso de separación del oro, está hoy dormida.
Allí encontramos máquinas, canales y la enorme chimenea, abandonados todos a la suerte del tiempo.

"Críptica la torta, críptico el sonajero (peregrinación compleja en Si menor)" Colaboración de Gunther el fotografo coneptual Alemán.

 
No, si no es por dañar señora, más que nada es pa´ auyentar a los OVNIS ¿vió?

Apenas iluminado por las llamas, el Titiritero Cósmico se insinúa en la oscura noche de Aguas Calientes. El universo entero rendido a su voluntad, la tierra toda girando a su merced. No necesita mencionar las cosas, ya que estas antes lo mencionan a él. Un gran amigo, con quien compartimos momentos de verdadera originalidad.

Tejo.

 
Luego existo.


No es una criatura del desierto, es el bueno de Julián (aunque mejor conocido en estas tierras como Pinoccio "el vero bambino"). Inistimos e insistimos, pero no logramos que se meta en la carpa durante la noche. El tiraba su bolsa de dormir en la arena y ahí se la pasaba. Aparentemente después de que un grupo de coyotes atacase su carpa años atrás en la sierra, se le generó un trauma. 

 
Allá por el sur de la Baja California Sur, todo está ocupado por hoteles de lujo y propiedades gringas. Casi no hay pedazo de suelo que no les pretenezca. Para muchos lo más lindo de Baja California, para nosotros, lo más feo. El solo pisar estas tierras de inmensa soledad e inalcanzable belleza, respirar aquel aire que huele a introspección y contemplar un atardecer en cualquier playa perdida, es más que suficiente para nosotros. Las luces, el ruido, el lujo desmedido, el caos, la histeria, la grasa de las capitales y todo lo que ella arrastra, bueno sus fans son muy distintos a nosotros. Esta es una de las pocas playas de acceso público que quedan en las afueras de Cabo San Lucas. Linda che.

Típico desayuno mexicano con huevos, frijol, tocino, salsas de chile picante y café. La Peque, feliz. No se como la voy a volver a acostumbrar al cafecito con macita y mermelada argentinos. Ahora si no come al menos cuatro huevos al desayuno, se desata la furia.

Más fuego para Julián, Reno y los de Fuego. Calentamos los huesos y mantenemos a esos malditos alienígenas lejos.

Y de tanto andar, descubrimos uno de esos lugares en donde dan ganas de quedarse a vivir. San Pedrito, una playa desierta y hermosa, con un estero de agua dulce que baña la arena. Algunos metros tierra adentro, una casona abandonada que perteneció a un francés y terminó olvidada tras la muerte de la esposa del mismo. Al llegar allí trepamos algunas rocas para ver la escena desde lo alto y en el mar se dejaron ver tres o cuatro cetáceos chapaleando.
Y cerca de la casa estaban estos caballos, que eran lindos, pero de lo más raros. En lugar de andar huyendo, se le venían a uno al humo. Al principio parecían mansitos, pero remataban la arrimada intentando masticar la camiseta y si uno se descuidaba, hasta los mismos brazos. Maula el animalito.
Vista de San Pedrito hacia la montaña.
se define como algo muy difícil de comprender o descubrir por lo oculto que está o por pertenecer a algún arcano.
Y como el sol desaparece, desaparece todo.
Desaparece el amor, desaparece la carne, desaparecemos nosotros. O sea que hasta acá llegó mi amor. No los aburro más.
Una para el camino.
No hay viento favorable para el hombre que no sabe hacia donde va.

A. Schopenhauer

¡Arrivederci e bonafortuna amici!