lunes, 17 de noviembre de 2008

Ya no hay más reyes de la selva...... nena.

Demasiada agua ha pasado bajo el puente desde nuestro último posteo. Lo cierto es que nuestra cámara fotográfica se rompió, y tuvimos que esperar al reencuentro con Juan y Aymará para obtener algunas tomas de cortesía y armar el posteo. Lo triste es que solo tenemos algunas fotos de los tres primeros días en la selva ecuatoriana, cuando en realidad pasamos once y vivimos una de las experiencias más increíbles de todo el viaje. Daniel, esta entrada es exclusivamente dedicada a vocè (por capo).

Más maravillas del camino.

En el camino de Baños al Tena, se encuentra la confluencia de los ríos Cindor y Lechita sola.

Esta foto es a pedido de Juancho, que quiere demostrarle al mundo lo hippie que es. Eleva sus dedos en una V para regalarnos un mundo mejor.
Clemente maneja a toda máquina. Mete rebajes a lo loco y solo levanta un poco la pata si ve que la temperatura se le esta disparando pa´ arriba. Cada tanto hace sonar el claxon y es feliz. Claro, la primera impresión es la de un loco que maneja un motor sin ruedas, varado en una sórdida habitación sin ventanas. Pero si se lo interroga Clemente dirá que las ruedas no son necesarias, pues no hay lugar físico a donde ir. Sus caminos están repletos de magia y ciempiés. Nuestros espíritus rudimentarios en cambio, prefieren seguir rodando sobre caucho y descubrir afuera, aunque sea por un tiempo más.

Nuestro principal objetivo en Ecuador era meternos en la selva. A priori parecía sencillo, pero poco a poco nos dimos cuenta de que no sería tan fácil como robarle un dulce a un niño, darle una paliza a un anciano, o vender explosivos en los pasillos de un avión.

Con la bendición de Dorotea, la mariposa socialista, nuestros pasos y el rugir de los motores, se fueron perdiendo en la espesura de la selva amazónica ecuatoriana.

La nave atraviesa el río Napo, sin saber del atentado que la selva le está reservando. Del Puyo a Tena, de Tena a Misahuashí y de allí a puerto Ahuano. Cada vez debíamos internarnos más, para conseguir una canoa que remonte el Napo y libere nuestros frágiles cuerpos citadinos, en países de vegetación impenetrable y cantores nocturnos de seis o más patas.

Anselmoooooo... Oso! Anselmo!

Juancho y Dr. Faca exhiben sus cuerpos musculosos a la vez que intentan ahogar a un par de niños en el río misahuallín. Desprovistos de toda clase de pudor o buen gusto, se resguardan del calor del mediodía ecuatoriano, en las frescas corrientes atestadas de pirañas y niños.


Si demasiada evidencia fotográfica intentaremos recrear lo sucedido por aquellos días. Con esta toma ilustramos como el cuerpo de Bomberos Voluntarios de Tena, nos habilitó un sitio para pasar dos noches, intentamos vender artesanías en la inauguración de las fiestas locales (obteniendo tan solo tres dólares y el orín de un borracho que sin tapujos y ante la mirada impávida de los de Fuego, hizo lo suyo sobre el citro. Manejate loco), comimos hormigas voladoras llamadas Ucuy (increíblemente deliciosas, con un dejo de sabor a panceta ahumada),y terminamos de olvidar nuestro encuentro con Chávez y Correa en el Puyo.

Antes de dejar Tena y perdernos en aquellos caminos lodosos, nos aprovisionamos profesionalmente con: Crayones y papel para los niños, cigarrillos para los adultos, aceite, anzuelos, botas de goma para prevenir el barro y las picaduras de serpientes (altamente efectivas al menos que la serpiente te agarre en el barro), vitamina B para evitar las picaduras de mosquitos (tan promocionado por doctores paracaidistas y farmacéuticos adictos al odolito. Solo diremos que salimos de la selva con más de 300 picaduras en el cuerpo cada uno. Inédito), repelente (que finalmente desistimos de utilizar, pues para los insectos es aderezo) y tantos otros cachivaches más.

Botas antiserpientes (con felfer). Sin ellas nadie sobrevive en la selva. Nadie. Bue... Juan y Aymi no compraron y salieron vivos, pero el enriquecimiento de plutonio, jalea.
... desconectando el capacitor.
Finalmente dejamos las naves en punta Ahuano, y tomamos una canoa que navegaría apenas un rato por el Río Napo, para depositarnos en Misicocha. En el trayecto, nos refrescamos dos veces en el río (inédito), y aunque las caras de Aymi, Juancho y La Peque no reflejen demasiada felicidad, el aire se respiraba puro y los ánimos estaban bien altos.

Faca en cambio, no puede contener su sonrisa al escuchar el comentario que llega desde la otra punta de la canoa: "¡que te haces el Brad Pitt ahí, mamarracho con patas!".

Nunca nos advirtieron que una vez en terrafirme, debíamos caminar dos horas hasta llegar a la comunidad Quichua de Río Blanco. En cuanto la canoa se alejó un poco, levantamos la mirada y nos encontramos con dos caminos. ¿Y ahora? Nuestro instinto nos guió sabiamente y el barro justificó rápidamente la adquisición de las botas antiserpientes. Una verde bóveda repleta de insectos y sonidos desconocidos para nosotros, fue testigo de como se extinguía el sol, mientras alanzábamos y empezábamos a considerar la posibilidad de armar la carpa antes de llegar al caserío. Ya entre penumbras, llegamos a divisar algunos techos de chapa. ¡Río Blanco!

La vista desde el balcón de nuestra casa. Diez familias viven en Río Blanco, las casas están dispuestas en torno a un descampado central y la noche que llegamos nos destinaron una casita. Al día siguiente tuvimos una reunión con los hombres de la comunidad, para aclarar los motivos de nuestra visita. La presentación fue breve (inédito), manifestamos nuestras ganas de quedarnos y conocer la selva y como se vive en ella (inédito). También mencionamos que traíamos crayones para los niños (inédito + risas). Decidimos salir de caminata con nuestro guía y futuro amigo, Agucho. Llegamos a unas cascadas. ¡Al agua pato! todo muy lindo, pero mientras nos bañábamos, sentimos la presencia de 48 anacondas listas para el almuerzo. Salimos rapidito. Pues el profundo verde del fondo no ofrecía garantías (inédito).

Una tarántula asoma. Nuevamente, por falta de evidencia fotográfica, con esta toma ilustramos ciertos aspectos de nuestra visita a Río Blanco, que tal como lo imaginarán no están muy bien representados por este arácnido parcialmente trotskista. Ahí van....

No sabíamos muy bien que esperar, si bien la gente habla algo de español y no es difícil comunicarse, el Quichua es la lengua de la selva y su sonido fue el que escuchamos durante esos once días. Llegamos siendo solo turistas, más de lo mismo para todo el mundo. Gringos en nuestra propia tierra latinoamericana. Al principio, la distancia se mantenía sin excusas y si bien Agucho nos había recibido muy amablemente, con leña y algo de alimento (yuca y verde), el resto de la comunidad apenas si nos prestaba atención. Con el correr de los días, la cosa fue cambiando y nuestra visita, fue una de las experiencias más increíbles de todo el viaje. Poco a poco empezamos a acercarnos. Todos nosotros, los invasores (dicho en el buen sentido), llegamos y pretendemos ser recibidos como los dioses y que se nos festeje todo lo que hacemos. Pero lo cierto es que no hay motivos reales para que todo suceda de esa manera. Claro, los Gringos llevan sus bolsillos llenos, pero nosotros eramos un caso distinto, ¿y porque nos iban a tener en cuenta?

Cocoliso asoma. Con crayones a estrenar, la voz de Río Blanco (No paraba de llorar durante todo el día, y la cosa empeoraba por las noches), nos prepara un dibujo que viajará bien lejos antes de ser recibido por otro Cocoliso. Nuestra visita al colegio fue hermosa, tranquilos, con mucha vergüenza, los niños nos inspeccionan y se ríen de cada cosa que les decimos. Cada quién hizo su dibujo. Inocentes, felices y traviesos, se quedaron con un buen cacho de nuestro corazón. 400 gramos aproximadamente.
La gloriosa chicha.

La comida es un capítulo aparte. Once días a base de yuca, la gloriosa chicha, verde (banana verde que se asa, se hierve o se fríe y tiene sabor a papa), maduro (banana madura, más dulce que se prepara de las mismas maneras), guineos (bananitas pequeñas y super dulces), carachama (pez medio prehistórico, que sacábamos del río), y no mucho más. La chicha es sagrada, se hace a base de yuca hervida, machacada y fermentada mezclada con agua. Se toma todo el tiempo y en cantidades industriales, cada vez que se visita una casa, se debe beber chicha. Un días tras una caminata por la selva visitando amigos y parientes, bebimos unos 6 litros. Creíamos que íbamos a explotar. te sirven un tazón de calabaza de dos litros, apenas baja un poco el nivel, ¡RELLENADO! Casi morimos, hasta Agucho que es de allá, tuvo que salir a vomitar un poco porque su estomago estaba " a capacidad" (inédito).
Por el resto hay que poner la imaginación a la orden, ya que se deben preparar la yuca y el plátano de las mil y una formas para variar el menú. Cada tanto aparecía algún huevo, maní, sopa de armadillo, guanta o guatusa. También están las golosinas de la selva. La guaba y el cacao a los que se les extrae la pulpa dulce que rodea a la semilla. Realmente una experiencia asombrosa y desafienate, desde el punto de vista gastronómico. Créannos, que comimos en forma.
Cansada de la chicha y la yuca, la Peque piensa seriamente en mandar a una pequeña Boa constrictor a la olla.
Aymi y Juancho partieron rumbo a Quito y Los de Fuego, decidieron quedarse una semana más en Río Blanco, ahora sí, sin cámara. Loli comenzó a enseñarles algo de macramé a las mujeres, que terminaron siendo increíblemente generosas, divertidas y amistosas. También plantó yuca y se sumó a la gesta libertadora del cacao, en medio de una maraña de hierbas, palmas, árboles e insectos a puro machete. Desde temprano a trabajar a la finca de Clemente (el chamán de Río Blanco). A acarrear cosas desde el río, a bajar árboles a machete, a cortar paja tuquilla para los techos, a partir, a tejer, a pescar carachamas en el río, a acarrear los paquetes de hojas de palma sobre la espalda, a compartirlo todo. Queríamos ser un quichua más, y así pasaron los días de caminata en la selva, almuerzos y cenas con nuestros nuevos amigos. Trabajo duro y buen descanso apenas se escondía el sol. Entonces, las luciérnagas encendían sus candiles, y los sapos comenzaban su sinfonía.
Poco a poco, dejamos de extrañar el colchón, la comida, la ropa y la comodidad. La increíble fuerza de la selva y la simpleza de su gente nos atrapó por completo. Cuan simple es allí la vida. El trabajo rinde en alimento y satisfacción, la selva lo provee todo. Todo. De la selva uno se alimenta, la selva da para levantar las casas, da la cura a las dolencias y enfermedades, da la tranquilidad para el espíritu, y regala voces apenas susurradas de secretos y maravillas. Allí la compañia es más compañia, la ayuda más ayuda y los hombres más hombres.
Créannos que no existen las palabras para describirlo. Intentamos que les llegue un poquito de lo que vivimos, pero es una tarea frustrante. Hay que vivirlo. La despedida fue a los lagrimones puros. Los dos estábamos hechos unos chiquillos, llorando y llorando. Llorábamos por la despedida de esa gente increíble. Gente que nos dio todo, y abrió su corazón endurecido por la selva. Tan intensos fueron aquellos días y nuestro vínculo, que entre lágrimas nos llamarnos hijos, y nos ofrecieron un terrenito para que levantemos nuestra casa y vivamos allí cultivando la tierra. Pero debemos seguir nuestro viaje al norte. Secar los ojos que no dejan de ver el verde profundo, las inmensas palmas y ceibos, el atardecer que invita a la selva a cantar y reventar en mil sonidos. La tranquilidad hundida en nuestros pechos, el silencio arrullando nuestras mentes, el sol que cuando asoma no da tregua y la lluvia que llega para refrescarlo todo. Al dejar todo eso atrás, respiramos profundo y el corazón se nos estremeció de pena. Es la pura verdad. Veremos como hacemos para conseguir fotos de Clemente, Carmela, Agucho, Ventura, Verónica, Inés, Augusto, Pascual, Elsa, Katy, Mónica, Ali y los demás enanos. Por lo pronto a todos ustedes les decimos ashka pagarachu, y yuk punchagamma.

Keila y Maite. Enanas morfables.

Keila, Saida, Katy, Maite y una wawita NN entre las sonrisas de Juancho, Aymi, Loli y Faca.
Al bajar de la canoa que nos devolvió a Punta Ahuano, lo primero que ve Faca es a un niño saltando desde el techo del citro. A medida que sus pasos lo acercan a la nave se da cuenta de la tragedia. Un grupo de salvajes de la selva, se tomarom el trabajo de arrancar las calcomanías que con tanto trabajo Los de Fuego fueron recolectando en el camino, dañaron un limpiaparabrisas, escupieron todo el auto con chicha y al subir al techo doblaron uno de los parantes. Los queríamos matar con un palo, pero en lugar de eso, nos juimos chiflando bajito.
Los días siguientes fueron muy tranquilos, pasamos a visitar a los bomberos del Tena una vez más, y retornamos a la ¿civilización?. Rodó la nave otro tanto y nos depositó en tierras capitalinas ecuatorianas. Quito.
Recién llegados, metimos a la nave en el estacionamiento de un shopping (solo para dejarlo seguro y sin pagar), al acercarnos para salir a la calle por una rampa, el guardia con tono violento nos dice: ¡no hay forma de salir por aquí señores, solo autos! En ese instante vino a nosotros el recuerdo de la selva, y nos sentimos demasiado lejos.
Esta vez la foto surreal se las debemos, con el tema de la camarilla se complicó. Igual no pegan una loco (en los comentarios de la entrada anterior está la solución pasada). A no preocuparse que ya la hicimos arreglar en Quito (una pequeña fortuna), y hay blog para rato. Por lo demás, les contamos que estamos en la capital del Ecuador desde hace unos 5 días y la gente nos ha recibido espectacularmente. Hay muuuucho para contar, pero lo mejor vinen en camino asique preferimos poner todo juntito en la próxima entrada. Los extrañamos los queremos y bla, bla, bla.... No discutan con los vendedores de garrapiñada callejeros, que son las gentes más tercas que existen. Besos, abrazos y caricias con una lija al agua de 220.
Hasta la próxima.
¡Arrivederci e buonafortuna! o mejor aún ¡Yuk punchagamma!