martes, 23 de marzo de 2010

Siete pelícanos

No se detienen las agujas y sigo sin encontrar a veces mis manos. No descansa el tiempo, y sigo perdiendo de vista la voluntad de mi alma. No paran las galaxias de girar, ni bosteza el universo. Yo, sigo perdiendo el rumbo al caminar esta insignificante roca.
Que tan estúpido puedo ser? Día a día, desafío mis viejas marcas. Tal como lo dijo Alberto: Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro.
Nos han regalado (de alguna manera incierta y confusa), un poco de tiempo. Tres gotas ultravioletas, un instante dentro de un paralelogramo, un destello incandescente, ochenta y cinco notas sostenidas por un delgado hilo de plata. Nos han cedido (de una manera indescifrable y esquiva), un sonido carbonado, una sustancia infinita, un inacabable núcleo de gelatina sideral.
Y lo certero es que no se detiene el huso mientras existimos. No se detiene aunque hagamos poco, o mucho. No se detiene la gravedad a ver si aprendemos a ser algo, o alguien. Y a veces no aprendemos….

Y tras tantas vueltas del diminuto rotor celeste, llegamos a Guadalajara. México, tierra hermana y latinoamericana. Tierra de gente con espíritu de fuego y pies de plomo. Guadalajara cuna del mariachi y el tequila. Segunda ciudad de México, gigante de autopistas, hormigas motorizadas y modernidad intransigente.

A diferencia de la mayor parte de las ciudades que pueblan el centro de la patria azteca, Guadalajara derribó su pasado y se recreó a si misma, en el más absoluto de los caos modernos. Sin piedras que hablen, nuestra atención se centró en algún otro locutor. Los homo sapiens.

Mientras nos movíamos como un microbio lento y primitivo en las grandes bocas de entrada a la ciudad. Llamamos a nuestro desconocido anfitrión guadalajarense (ni una pista de cómo se dice); Pepe Hernandez.
Las indicaciones llegaban a través del celular, pero el tráfico nos tenía presos, sin pan y sin agua. Ya de noche, la voz anónima, se hizo voz con rostro y alma. Pepe, el amigo que Bobby Dávalos de Morelia, nos había puesto en el camino.

Dos palabras, algo distantes pero cálidas aquella noche, y los de Fuego tenían casa y cama. ¡Y que casa! Nuestro departamento tenía vista a la increíble colección de carritos clásicos del gran Pepe. Unos treinta o más, impecables, brillantes, devolviendo el tiempo pa´ atrás y trayendo el pasado al presente, como por arte de magia.
"Yo nunca pienso en el futuro. Viene bastante rápido."

Al día siguiente Pepe ya nos había adoptado como hijos. Aprovechamos el taller para aceitar un poco las artríticas articulaciones del Citro, chasis y suspensión. Bajamos el tanque de nafta (al cuete porque la agujita conservó su viciosa postura de no medir la nafta) y la tarde se fue entre tuercas y visitas.

Con cuarenta y monedas, sos el pibe del barrio.

Esa noche, Pepe nos llevó a la reunión del Club de Autos Clásicos de Guadalajara (que se efectúa todos los miércoles). Éramos entre treinta y cuarenta personas, rica comida mexicana y por supuesto tequila. Con un proyector pasamos fotos de nuestro viaje y contamos algunas de nuestras extravagantes historias. Luego llegaron las preguntas, algo así como una rueda de prensa. Buena noche, buenos amigos y buena venta de postales. Suficiente para unas cuantas llenadas de tanque.

Los de Fuego y la muchachada fierrera de Guadalajara. ¡Mil veces gracias amigos!
Lo cierto es que no nos quedamos mucho tiempo en Guadalajara, apenas salimos a pasear un día, aunque con guía de lujo. Lalo, uno de los hermanos de Pepe, nos llevó a ver el centro histórico, el mercado y un pueblito deglutido por el crecimiento incontenible de la urbe; Tlaquepaque. Este último, es el lugar que nos cautivó. Repleto de artesanías, saturado de magia cerámica y vidriada. Envuelto en un manto technicolor que se le mete a uno por los poros, rico en talento humano y creatividad inagotable.

Lalo y Faca sentados en un extraño sillón que te toca la cola.
En las calles de Tlaquepaque, nos encontramos con uno de los famosos murales de Diego Rivera, pintado sobre azuejos.

Antes de dejar la ciudad, nos hicimos una escapada a Tequila. La idea era conocer un poco el proceso de ….. bueno ustedes saben, tomarnos unos tragos. Asi que salimos raudos (y sobrios) a la carretera. La primer parada la hicimos en la estancia “La Herradura”, ahí nos desayunamos que para recorrer el lugar, había que desembolsar unos morlacos, cosa que no esperábamos. Nos dirigimos a las oficinas y hablamos con unas lindas mexicanas que no solo nos invitaron a hacer el tour gratuitamente, sino que al final nos terminaron comprando una tonelada de bijouterie. Tarde redonda como una barrica de estacionamiento.

Lidiana, Fernanda y Meche (nuestra guía), “las doncellas tequileras”. Muuuy buena onda, ¡GRACIAS CHICAS, GRACIAS MANY TIMES!

“Jimador”, este es el nombre del campesino que trabaja el agave en el campo, para llevar a los hornos el corazón, sin hojas y bien trozado. Este es el nombre de estos héroes anónimos que dan alegría infinita a los paladares del mundo entero.

¡Al horrrrrrno!

Tras ahorcar al cuervo gigante, se colgó de la cola de un cometa errante y regó esporas fosforescentes en cinco galaxias sin nombre. Al despuntar el alba del día siguiente, cavó a mano un profundo hoyo que lo condujo al centro fundido de la tierra y de allí trajo un puñado de astromelias invisibles. A última hora, se modó los dientes y se fugó con las bacterias puntuales pensantes.

Y durante nuestro prudente regreso a casa, tuvimos que parar a hacer una siestita, ya que el tequila pegó juerte.

No pregunten por Reno, a esta altura ya existía, pero en el futuro iba a existir más fuerte asique, a esperar.

A pata, Pepe, no se va a quedar.

Pepe y Los de Fuego

Durante aquellos días en Guadalajara, hicimos una excelente relación con Pepe. Conocimos a su familia y terminaron invitándonos a pasar unos días con ellos en Manzanillo. Si bien nos desviábamos un poco de nuestro camino a Alaska (una vez más), valía la pena volver a mojar las patas en el Pacífico, más aún sabiendo la calidad de compañía que nos esperaba allí. La idea era armar la carpa en el jardín de un amigo, pero finalmente cuando llegamos, nos hicieron lugar en su departamento.

Una imagen vale más que mil palabras.
La Peque con las “water monkies”. Ni asegurándoles que se iban a convertir en pescados lográbamos sacarlas del agua a las enanas.
Tutta la familia con Pepe y Jess.

Dos días en los que descansamos a pata suelta y disfrutamos de Pepe, Isa, Pepe hijo, Jessica y las dos hermosas sirenitas Maar y Juliana.

Una vez más México nos muestra lo mejor que tiene, su gente. Pepe siempre estuvo pendiente de nuestras necesidades, nos llevó a hacer un chequeo al médico, nos paseó por Manzanillo, nos presentó muchísimos amigos y sobre todo confió en nosotros. “Los Ches” nos decía, y se metía en el rol de papá. Un tipo con todas las letras, educado, generoso, culto, alegre y sobre todo dispuesto a seguir descubriendo y descubriéndose a una edad en la que muchos ya sienten que se les acabó la cuerda. Apasionado por los autos y sus nietas, un grande, otro amigo querible que nos regaló este increíble viaje.

Y de tal palo tal astilla dicen, Pepe hijo y Jessica nos tuvieron todo el fin de semana bien mimados, ayudándonos en todo lo que podían y obligándonos a relajarnos, cosa a la que no estamos acostumbrados. Viajando como lo hacemos, siempre se está alerta, no por posibles peligros, sino debido a que hay que absorber todo lo que a uno lo rodea. Y por supuesto, procurarse un sitio para pasar la noche, cada noche. Por eso nos cuesta un poco pasar un día entero sin pensar en nada, con los pies en la pileta y la barriga llena de comida, bueno…. Tampoco costó tanto.

Por si todo esto fuera poco, Pepe hijo perseguía a los vecinos para venderles postales y también la bijoux circuló a lo loco entre daikiri y daikiri. A la hora de partir, dejamos atrás a una familia que se siente como propia ¡Un millón de gracias por todo amigos! Los esperamos en Argentina cuando quieran (solo déjenos llegar primero a nosotros).
Veramente tutta la famiglia, Pepe, Pepe, Juliana, Jessica, Maar, Isa, Faca y Loli.

Esta vez, el camino nos recibió de mala gana, con lluvia y frío. Parece que nos pasaba factura por todo lo bueno que habíamos vivido. Y si che, hay que poner un poco de equilibrio a todo esto, sin balance en el cosmos, no hay sustentabilidad.

Y después lo de siempre. Nos tomamos unos mates en la nave para combatir al chiflete y paramos a nadar un rato en un río plagado de cocodrilos.
“Nadar con cocodrilos es tan inofensivo como recoger flores en el campo” -Faca dixit-

Llegamos esa tarde directamente a la famosísima Puerto Vallarta. Realmente el sitio es un paraíso, pero el clima no acompañaba en absoluto. Mucho lujo, calles anchas y un enjambre de turistas que pululaban por la ciudad, sin que hacer con la lluvia. Para los bomberos esta vez fuimos invisibles, no nos dieron ni cinco de bola, no nos dijeron ni que no, ni que si, asique nos fuimos chiflando bajito y terminamos armando la carpa debajo de un techito en una gasolinera. Un vecino nos prestó un enchufe pa´ cocinar algo y al sobre. Aquella noche nos metimos en la carpa y vimos una peli (muy recomendada por cierto, “La ciencia del Sueño”, con Gael García Bernal), apenas terminó la función, se desató un temporal de viento y lluvia que volaba la carpa con nosotros adentro y todo. Aún estando bajo techo, empezamos a hacer agua y hubo que abandonar la nave. Salimos de la carpa, sacamos las varillas para disminuir la superficie de interacción con la tormenta y movimos todo a otro sitio más reparado. Fueron minutos, empapados metimos todo como pudimos dentro de una obra en construcción y comenzamos a contar las bajas. Colchón, mantas, ropa, sábanas, todo empapado…. y la compú? Ya no prendió más, el celu, igual. Los relámpagos volvían a la noche día y el viento arrancaba de cuajo las láminas del techo de la estación. ¡Tragedia! ¡Disastre!

Y si, el cosmos equilibró la balanza de un tirón.
A la mañana siguiente la nube seguía sobre nuestras cabezas y decidimos salir a conocer la ciudad bajo la lluvia. Desayunamos huevos con frijol y atole en el mercado y a patear el malecón.

De veras Vallarta es bello. El paseo costero fue muy entretenido. Mientras caminábamos, ya sin pretender esquivar los charcos, los pelícanos hacían su habitual demostración de habilidad mientras pescaban el desayuno, decenas de estatuas (muchas de ellas increíblemente delirantes) vestían el malecón de punta a punta y toda la escena se tornaba un poco surreal.
“El comedor de huevos”
¡Cuánto hace que no te veía, cabeza de empanada!

Al llegar al muelle, nos deleitamos con el show de los pescadores y los pelícanos. Unos y otros enfurecidos luchando por quitarle al océano la mayor cantidad de peces posible. Todo esto en medio de un conflicto de intereses humano-pelicanoide. Apenas salían las redes llenas de sardinas, los pelícanos se abalanzaban sobre ellas y empezaba la guerra. Cada tanto el anzuelo en lugar de pescado traía un pelícano y tocaba liberarlo con mucha delicadeza al bichito.
Pa´ que vean que todos los relatos de americaencitro tienen sustento en hechos verídicos.
Todo movimiento se compone de seis pelícanos, y el séptimo da el retorno.

Al fin de cuentas, hombres y pajarracos se las arreglan para convivir en armonía por estas latitudes.
¡Hola Miguel!
Cuesta llegar, cuesta. Hoy dejamos el Gran Cañón del Colorado, estamos en Arizona, en un pequeño pueblo llamado….. ni me acuerdo como se llama…mmm ¡Page!. Es tarde, viajamos todo el día y terminamos encontrando un techo (de lujo) en una iglesia protestante, donde nos permitieron pasar esta noche. No acampamos porque el clima está horrendo y acá todavía parece invierno.

Taaaaan atrasado estoy…. Cada vez cuesta mas sentarme a escribir (o escribir parado, de rodillas o haciendo la plancha) pero ahí vamos.

Má si, les va una del Cañón pa´ no dejarlos tan perdidos en el tiempo.


Queda mucho y muy lindo para contar de México, pero cortamos acá, además si largamos el choclo completo nadie lo va a leer.

¡¡La seguimos pronto conejillos!!
¡Arrivederci e buonafortuna!

Mil y un nopales



Los nopales nos señalan el camino al centro del mundo mexica. El silencio vegetal precede a la estridente realidad de la gran urbe. La nave se abre camino entre montañas sagradas, los ajustes realizados en Oaxtepec, aún están verdes y la carburación no es la mejor. Tenemos poca fuerza, pero aún así subimos. Como siempre, el enfermo motor del Citro tiene mil achaques de viejo, pero funciona. Contra la pendiente, contra las ruedas, contra el mundo, subimos.


Allí, tal como su profecía lo había predicho, nació la metrópoli. En medio del lago entre las montañas, el águila devorando la serpiente marcó el destino de todo un pueblo. El Distrito Federal de México es la ciudad más poblada de la tierra. Su centro, el corazón de la ahora subterránea Tenotchitlán, aún vive en conflicto de intereses. Por un lado están los propios, los de aquellas almas que se apiñan sobre la ciudad sagrada de los mexicas. Por el otro, los del lago, sepultado hace ya centurias, que se cobra venganza con cada aparición de las lluvias. Desaparecido pero presente. Invisible pero inevitable. Insospechables los designios del hombre, suficientemente capaz, tenaz y caprichoso como para construir todo un mundo sobre el agua.

Casi fueron perfectas las indicaciones de Víctor para llegar a la casa de los Márquez en la ciudad. Solo nos perdimos al final de la búsqueda y por poco tiempo. El famoso tráfico infernal del DF no apareció, ni entonces ni nunca. Así, la nave pudo hacer tanto su entrada como su salida triunfal, atravesando la ciudad de cabo a rabo sin dificultad alguna. Pero no somos tan valientes como pintamos, y preferimos dejar al Citro descansando para movernos utilizando el sistema de metro que conecta todos los rincones de la ciudad.

La ola polar y su chiflete macrocefálico, nos calaban los huesos. El cielo, denso y gris, tampoco invitaba mucho a la calle y de tanto en tanto una llovizna macrocefálica empeoraba la cosa. Ya en el baile, solo queda bailar.

El emblemático Zócalo del DF, la catedral y su inmenso órgano estaban exactamente donde debían, cada piedra en su lugar, cada baldosa con su historia entre los poros perfectamente acomodada bajo nuestros pies. Curiosamente la escena ni era tan ruidosa, ni tan caótica. Nuestra idea de cómo serían las cosas, una vez más estaba perfectamente errada. Miriam y Evelyn fueron nuestras guías aladas en la ciudad, que se insinuaba intratable y gigante, pero se reveló algo más terrenal y abarcable de lo esperado. Al bajar del metro tras nuestra primera vuelta, Miriam nos pellizcó la cola a los dos en nombre de los mexicanos. No pueden andar en metro aquí sin recibir un pellizcón alució….

 “Miriam “Pellizcacolas” Marquez Malacara de Perozzo y Evelyn “la hermana buena” junto a Dr. Faca”



Si bien, como ustedes saben no somos amantes de las grandes ciudades, no podíamos dejar pasar la oportunidad de conocer un sitio con tanta historia, cultura e identidad. Visitamos el museo de antropología, cuyo tamaño es semejante, que no nos alcanzó el día completo para acabar de recorrerlo. Lastimosamente nos olvidamos de llevar la cámara.
También visitamos mercados de barrio, pueblos absorbidos, pueblos metamorfoseados, la casa azul de Frida y Diego Rivera (donde, si uno está atento, puede respirarse la inspiración, la fuerza creadora sin filtros y la capacidad del hombre para hacer arte), Coyoacán, la Ciudad Universitaria, el Anacahualli (museo diseñado por Rivera para devolver al pueblo mexicano gran parte de su pasado, con una enorme y hermosa colección de piezas precolombinas perfectamente exhibidas) y demás sitios mágicos de la ciudad.

















Por supuesto no podíamos irnos sin pisar la Basílica de la Virgen de Guadalupe, donde se concentran más que en ningún otro lugar del mundo, miles de seguidores de la fe católica.






La foto surreal para Wonder Woman. “Del centro la verdad e infinita gravedad. Absorbe y tolera puentes de hidrógeno, todo para el tenedor y el elástico alimento del universo”

  Perdura, más no lo sabe. Tampoco lo saben los gusanos que alimentó.

Primero nos dejaron Vic y Miri que se volvieron para Playa del Carmen en su bólido verdolaga. Se fueron nuestros hermanos de carreteras y carreteadas. Lejos del sabio consejo de sus padrinos de velación, estos chiquillos quedan ahora flotando a la deriva para empezar a hacer su propio camino. Sin raros modelos de extravagantes argentinos itinerantes a seguir, seguramente tendrán una vida próspera y feliz. ¡Los queremos mucho!

Y atrás salimos nosotros, a seguir ganando caminos. Como siempre eternamente agradecidos a Josefina, José Luis, Edgar, Evelyn y Mía que nos recibieron en su casa como a dos más de la familia. Allí se quedan los pozoles, las sincronizadas y quesadillas, allí naufragan los tacos, los desayunos furiosos y el calor de hogar. ¡Mil gracias familia!

Esta vez los detalles los guardo para seguir adelante más rápido y alcanzar con las palabras a nuestros pies, que siempre andan bastante adelantados a esta crónica.


Escoltados por cientos de "bochotaxis", cruzamos la ciudad de punta a punta, y tras una que otra perdida obligatoria, la dejamos atrás. Encaminados hacia Guanajuato, recorrimos carreteras tranquilas, perseguidos por una horrorosa tormenta. Frío y lluvia durante todo el camino. Al llegar a San Miguel de Allende (ya de tarde), buscamos el cuartel de bomberos refugiándonos del viento que se había puesto bravo. Esperamos un rato y nos dieron permiso para armar la carpa dentro del cuartel donde pasamos la noche. Como de costumbre, nos trataron muy bien en aquella noche helada, donde hasta nos tocó ver como nevaba sobre la carretera, cosa poco usual por estas tierras.

A la mañana antes de salir hubo que cambiar el ventilador de la nave, ya que se metió una soga y destrozó las paletas del que venía funcionando. Hombre prevenido vale por dos dicen, puse uno bueno y todavía nos queda otro de repuesto. Hasta la fecha nos tocó cambiar tres, ya que cruzando ríos en Argentina ya habíamos destruido dos.




San Miguel de Allende fue una grata sorpresa. Nadie nos había dicho nada de este pueblo, sin embargo, resultó ser de los más hermosos que visitamos a lo largo de nuestro viaje americano. Tal como los hemos descrito antes, estos pueblos coloniales, con sus angostas callecitas y sus coloridas fachadas son ideales para caminarlos y descubrirlos poco a poco.



Pocas cosas se disfrutan más que comerse un tamal con atole de chocolate en el mercado, descubrir esos parquecitos chiquitos y tan esmeradamente cuidados, encontrarse con un callejón sin salida o sentarse a ver pasar al pueblo con su ritmo de pueblo. Cada piedra aquí tiene una historia que contar, robustas manos que reclaman al cielo el agua, señores vestidos de gala entumecidos por los siglos inanimados, canales tapados y plantas que crecen sobre las tejas españolas que pueblan los techos. Así son los pueblos mágicos de México, perduran compartiendo dimensión con los muchos otros modernos y en caída libre, sin pretensión alguna. Silenciosos, solo esperan seguir siendo iguales, mientras los dejen.


Al ganar nuevamente la carretera, comenzamos a trepar por caminos de montaña. Previa a nuestra llegada a Guanajuato, nos hicimos una pasada por Dolores Hidalgo, cuna de la independencia Mexicana. El pueblo estaba en pleno domingo. La gente en la calle aprovechaba los rayos del sol, que tras varios días se había decidido por hacerse gordo y calentar. Caminamos un rato y cuando estábamos por arrancar, tres curiosos se acercaron al auto y empezó la charla. Foto va, foto viene, terminaron llevándonos a una pollería donde nos dejaron en compañía de una orden completa para disfrutar entre los dos. ¡Esa es una pequeña muestra de la gran hospitalidad de los mexicanos!

Ahora si se puso peluda la cosa, las trepadas se vuelven más pronunciadas y la nave se esfuerza para avanzar. Un redepente comenzamos a serpentear pa´ abajo y ante nuestros ojos ¡ZAS! aparece Guanajuato, enclavada en medio de las montañas. Por no desafiar a las leyes gravitatorias, fuimos a dar al cuartel de bomberos voluntarios donde nos recibieron con los brazos abiertos. Allí nos quedamos unas dos o tres noches, si bien estábamos un poco alejados del centro y manejar por Guanajuato con nuestro autito no es muy sencillo, nos encontrábamos a gusto.

"En tiempos de crisis la imaginación es más efectiva que el intelecto."
 Compartimos desayunos, nos permitían bajar por el tubo de emergencia y hasta nos revivieron el matafuegos que venía vencido desde Colombia.


Guanajuato es bien diferente al resto de los pueblos coloniales que conocimos, principalmente porque parece un verdadero laberinto. Tiene túneles por todos lados con bifurcaciones subterráneas y escaleras peatonales. Las calles indistintamente bajan y suben de los cerros ya haciéndose ciudad, ya pasando por debajo de ella. El lugar entero destila belleza, por esto a los miles de turistas que la recorren, poco les importa no saber a donde se dirigen. Todos los alienígenas, caminamos sin orientación alguna disfrutando de esta extraña sensación de no ir a ningún sitio específico durante horas. En medio de este embrollo hallamos un museo repleto de momias que ganaron la eternidad por el hecho de ser pobres, anónimas y obstinadas para la descomposición.



Las famosas “Momias de Guanajuato” no pertenecen a gentes de alcurnia o sangre noble. Al contrario estos “don nadie” fueron enterrados sin mayor cuidado y los minerales de la tierra y el clima decidieron alargarles la estadía por acá abajo.



El país de los sapos es un país de maravillas, las calles se estrechan hasta volverse ridículamente exageradas al intentar cerrar el paso de los transeúntes. Nos topamos así, buscando un poco y otro poco sin buscar, con el “Callejón del Beso”. No vamos a contar la leyenda del lugar, pero para que tengan una idea los balcones de las casas vecinas están separados por apenas unos pocos centímetros. Trabajosamente se puede pasar a pié entre las casas que se le vienen encima a uno.


Conocimos en alguna esquina cualquiera a Gregory, un estadounidense autoexiliado que encontró en Guanajuato lugar para su cafetería. Muy amablemente nos invitó probar su famoso “Beso Negro”, de riquísimo y denso chocolate. También abasteció con el más exquisito café de Veracruz a la exótica despensa de americaencitro.

Muy buena onda, su café se llama Café Tal. Se encuentra sin buscarlo detrás de cualquier esquina y está más que recomendado para todos los amantes de la cafeína.

Embriagados de maravillas, y con café suficiente, nos despedimos de nuestros buenos anfitriones y las laberínticas callecitas de Guanajuato para dirigir la nave al oeste, hacia el estado de Michoacán.


Bajamos, no mucho, pero bajamos. Cruzamos algunos pastizales dorados y un lago partido al medio por la carretera. Exactamente a nuestro lado van volando los carros por la carretera de cuota. ¡Una carretera al lado de la otra! Increíble.


El aroma de las famosas carnitas a la michoacana nos guió hasta Morelia, la linda capital del estado. Es difícil describir una belleza tras otra sin aburrir o caer en el mismo pozo nuevamente. Pero hagamos algo, cambiemos el ángulo del relato porque este sitio lo amerita.



Decir que México es sinónimo de hospitalidad y buenos amigos, a esta altura es una obviedad, pero déjennos decir que a partir de nuestro paso por Morelia aún se potencian más estos atributos del pueblo azteca. Una noche mientras ofrecíamos postales en un restaurante de Playa del Carmen en la Península de Yucatán, conocimos a dos parejas de Morelia que nos dejaron su número, para que los llamemos al acercarnos a su tierra. Eso hicimos y el primero en recibirnos fue George. Ni nos habíamos visto y ya nos había reservado una habitación en un lindo hotel y nos pasó a buscar por allí para llevarnos a comer platos típicos de la región. No podíamos creer la buena onda, jamás hubiéramos esperado semejante recibimiento. Ya de noche y atascados de buena comida, fuimos a su casa donde volvimos a juntarnos con el resto de los cuates que conocimos en Playa del Carmen. Chamín, Angélica, Lourdes y George nos volvieron a demostrar lo que es estar en México.

Faca, Chamín y George

La Peque, Lulú y Angélica

Otra vez, empezamos a preguntarnos ¿Qué hicimos? ¿Por qué tanta generosidad? Esperen, esperen, no se apuren que esto no es nada…. Cuando le decimos a George que pensamos quedarnos unos días tratando de vender un poco de bijoux en Morelia, se para y nos da la llave de un departamento. Nos pasa la dirección y dice: –Mañana salgan del hotel y busquen este lugar, ahí se pueden quedar cuanto quieran-.

Dicho y hecho, a la mañana siguiente dejamos el hotel y agarramos una cuesta empinadísima en pura primera. Nos alejamos unos kilómetros de la ciudad, preguntamos, preguntamos y al rato llegamos a un conjunto de edificios nuevitos, relucientes y nos recibe el portero con una sonrisa de oreja a oreja. Casi descargamos por completo el auto, para alivianarle las próximas subidas y nos instalamos.

 Relatar el resto de la semana que nos quedamos en Morelia podría llevarme un siglo, pero como para que entiendan un poco… Después de un partido de fuchi con Chamín, cooperacha de los muchachos que compraron postales para que nos vayamos con algo de lana, buenísima onda todos. Uno de los muchachos “Messi” nos invitó a conocer a su familia, a cenar afuera y nos llenó el tanque de nafta. Esa noche conocimos a su cuñado Pablo, que nos llevó a desayunar y pasear por la ciudad (planetario, orquidiario, centro histórico, etc…) .



 Donde quiera que pisábamos, encontrábamos a alguien dispuesto a tratarnos como a reyes. La mañana en que pensamos llegar al centro para vender bijoux, apenas estacionamos un loco nos invitó a desayunar a los arcos, frente a la catedral y así, cada vez que bajábamos del auto nos interceptaba algún desconocido con quien trabábamos amistad.

Así pasaron los días en Morelia, George, Lourdes, Chamín y Angélica no paraban de ayudarnos en todo lo posible, comprándonos bijoux, invitándonos a casas de amigos y siempre pendientes de nuestras necesidades, aunque fueran las más chiquitas.

Pablo y Chela nos invitaron a cenar. De izquierda a derecha: Dr. Faca, Angélica, Chamín, Andrea, Dr. Loli, George, Lulú, Chela, Pablo y Bobby.


Y entre conocidos que iban y venían, dimos con el gran Bobby Dávalos. Bobby apareció nada más y nada menos que en un Citroen 2CV Charleston impecable, con la Peque no podíamos sacarnos las sonrisas del rostro. Si bien la venta de bijoux se frustró como de costumbre con la aparición de los inspectores municipales, esa misma tarde estábamos en una convención de doctores donde hasta conocimos al hermano del presidente de México. Surreal. Desde allí vimos claramente la clase de gente que es el Dr. Dávalos, todo el mundo en la sala lo buscaba como si fuera un imán. La eterna sonrisa dibujada en el rostro y una sencillez que pocos tienen.

Bobby es amante de los Mini y los Citroën. Puras joyitas de cuatro ruedas.

Otro de sus juguetes, "el convertible del pobre"

 El domingo fuimos a pasear junto a Bobby y su familia a un pueblito cercano llamado Pátzcuaro, salimos en caravana los dos Citros, más un DS y otros carritos clásicos.



Así, cuando partimos nos tocó dejar atrás una docena de amigos increíbles, no podíamos creer lo que nos pasó en Morelia. Queremos agradecerles infinitamente a todos lo bien que nos recibieron, todas esas noches mágicas, su amabilidad y hospitalidad. No nos va a alcanzar la vida entera para devolver lo que estamos recibiendo. Pero sepan que se nos hincha el pecho de felicidad cada vez que los recordamos y descubrimos lo lindas que pueden ser las personas. George fue como un Papá, se hacía un poco el duro o el distante, pero es de los pocos que da con hechos más que con palabras, un super tipazo. Lourdes hermosa mujer de un corazón enorme, desde aquella noche en Playa del Carmen fue la primera en vernos y adoptarnos. Ángelica y Chamin, dos amigazos de primera con unos hijos divinos y muchísimo cariño para dar. Bobby, nuestro angel protector, nos contactó con más amigos al norte que proximamente conocerán. No hay cosa que nos haga más felices que poder hablar así de nuestros amigos y hermanos mexicanos. Y no tienen idea de la cantidad de gente que estamos dejando afuera en este relato, pero está presente en nuestros recuerdos. Definitivamente Morelia es para nosotros una segunda casa muy especial.

Y hay que seguir galopando al norte. Según los planes en cuatro o cinco meses tenemos que estar en Alaska. Lo cierto es que ya estamos en San Diego, EEUU desde hace una semana, como siempre rodeados de buenos amigos y con el Citro desarmado en partes. Así es, pero para llegar a eso, todavía faltan recorrer algunos miles de kilómetros por suelo mexicano. Es increíble que nos movamos más rápido de lo que alcanzamos a narrar, pero hay una cosa que tenemos bien en claro. Primero la cabeza y los pies donde estamos, aprovechar este viaje con todo lo que tiene para ofrecernos y vivirlo plenamente, después todo lo demás. Si no fuera por todos ustedes que entran a la página a ver por donde andamos, si no fuera por su interés y todo lo que nos dan desde la distancia, desde hace rato esta página hubiera caducado.

Será hasta Guadalajara y más allá, los dejamos como de costumbre con un par de patadas ninja en la quijada y un codazo en la tercera vértebra lumbar.

¡Y que la vida no sea eso que pasa mientras estamos ocupados haciendo otras cosas!
¡¡¡Arrivederci e buonafortuna!!!