martes, 31 de agosto de 2010

Bajemos del Bondi (Lo clandestino de la felicidad)

En la niebla de esta realidad que se moldea caprichosamente, haciéndonos creer por momentos, que le damos forma, cuando en realidad se retroalimenta a través nuestro; seguimos. Sempre avanti, seguimos.

Con el retorno del Cabezón a París, una plaza de la nave quedó vacante. No hubo que deliberar demasiado, la vigüela ocupó el vacío. Humanamente perfumados, retomamos las rutas de Alaska. Esta vez, de Anchorage hacia el norte, con la intención de llegar al Parque Nacional Denali.

Aquel primer día no tuvo demasiada acción, más bien puro manejo. El Citro seguía empujando y sonando horrible, pero no nos abandonaba. Acampamos en una zona de descanso a un lado de la ruta. Desde allí, caminamos hasta un pequeño río donde la pesca fue infructuosa una vez más. Cena y al sobre. A la mañana siguiente levantamos campamento, preparamos uno de esos desayunos que aprendimos a querer desde nuestro paso por Colombia (huevos, pan, chocolate, enfrijoladas) y a manejar. Llegamos al parque pasadito el mediodía.

Las intocables montañas, nos recibieron con un cielo diáfano y el gran pico McKinley a la vista.

Tras dar una vuelta de reconocimiento, decidimos sacar permiso para acampar a campo traviesa. El permiso se obtiene gratuitamente, pero primero le hacen ver a uno un video de media hora, donde explican como se debe reaccionar ante el encuentro con osos (los negros tienen una técnica y los grizzlis, otra), como vadear ríos y demás medidas de seguridad a la hora de levantar el campamento. Luego, todavía hay otra charla de seguridad, se elige con el guardaparques la zona donde se desea pulular y finalmente, antes de despacharlo a uno, le entregan un recipiente antiosos, para llevar la comida. Todo muy alentador.

Tanto trámite, sumado al largo rato que nos tomó seleccionar que llevábamos, dio como resultado que perdiéramos el autobús (increíble considerando que el Oso formaba parte de nuestras filas) quedándonos como última opción esperar al de las 8 PM. Las tres horas de caminata calculada, volcaban la penumbra de la noche alaskeña sobre nuestra existencia poco previsora, con lo cual desistimos de acampar en lo salvaje. Los precios de los campings del parque hicieron el resto.
Faca se agarra la cabeza, a buscar nuevos horizontes.

Abandonamos el lugar y nos fuimos a buscar algún rincón donde hacernos invisibles durante la noche. Afortunadamente no hubo que manejar demasiado, a unos pocos kilómetros, encontramos una bajada al río con arbustos que nos proporcionarían buen reparo para la carpa y el Citro.
Todo el día haciendo trámites para terminar como prófugos a la vera del camino. Nada nuevo bajo el sol. Mientras levantábamos la carpa, nos sentíamos estúpidos y vencidos, pero este es el estilo americaencitro. Al final, nos dio mucho gusto que el Oso pudiera vivir con sus propias membranas, lo que nosotros vivimos prácticamente a diario. Rápidamente reconstruimos una atmósfera feliz a las orillas del río de la clandestinidad.
Lo clandestino de la felicidad (Como todo lo demás, de lectura opcional)
Esto es como cuando se viaja en un bondi (colectivo, bus, guagua) colmado de gente. Todos empujan y se retuercen buscando donde estar, apenas hay aire para respirar y cuesta encontrar de donde agarrarse. Afuera hay muchísimo más espacio y suficiente oxígeno para toda nariz, pero resulta inalcanzable. A la hora de bajar, se pelea contra una marea de huesos, excesos de tejido adiposo y voluntades machacadas. Finalmente bajamos, pero hemos perdido nuestra parada.

Y me refiero a nuestra realidad. Todo está ahí, delante nuestro, pero no se nos permite alcanzarlo.

Esta es una idea que ha cobrado mayor fuerza, ahora que transitamos los dos países del norte. Aquí todo está prohibido, y viene a mi mente una observación acertadísima de Loli: Los extremos se acercan; en aquella Cuba comunista tan lejana al capitalismo extremo de los Estados Unidos, también vimos un océano de prohibiciones. Dos caras que, a priori, parecen opuestas y al final, convergen en la misma moneda. Cada vez menos cosas nos pertenecen, cada vez las restricciones, los controles, los muros y alambrados, los permisos, las modalidades, las formas y papeles son más y más fuertes. Cada vez nuestra vida, menos nuestra y más del Status Quo reinante.

En el sur se percibe, pero no como aquí.
Bote de basura a dos millas.

Prohibido circular a más de….. Prohibido circular por…..

Propiedad privada, prohibido pasar.

Propiedad del Estado, prohibido pasar.

Reserva Natural, prohibido pasar.

Reserva Aborigen, prohibido pasar.

Zona de recreación pública, prohibido permanecer más de ocho horas o acampar.

Aquí hay zonas para sentarse y zonas donde está prohibido hacerlo. Zonas establecidas para estacionar el carro, estando prohibido hacerlo en cualquier otro sitio. No se puede hacer dedo, no se puede hacer ruido, no se puede elegir nada. Todo lo proveen en forma, cantidad y tiempo controlados. El paladín de la democracia mundial, provee esta libertad que huele a rejas y además la exporta. Por supuesto, nosotros la compramos aplaudiendo.

Y la felicidad está en este paquete o es clandestina. Incluso la sonrisa. Porque todo aquel que pretenda moldear su propia felicidad, poniéndole un nombre, pintándola de cualquier color, cosiéndole un par de botones y echándola a marchar, está rompiendo las normas que pretenden controlar todo y a todos. Que impotencia y que tristeza ¿no? A nosotros se nos dio por atravesar América como ya bien lo saben. Con poquito. Y claro, intentamos armar esta felicidad con remaches, botones y cosas que, o encontramos en el camino o se nos ocurren a nosotros. Por eso muchas veces nos toca vivir en clandestinidad. Suena feo, suena a delincuencia, a malas intenciones y claro, esto es parte de la estrategia. Porque es clandestino armar la carpa atrás de un montículo de tierra, o a la vera de un río, ahorrándonos unos cuantos dólares cada noche. Es clandestino vender nuestras artesanías en la calle. Es clandestino andar sin seguro, cuando visitamos 25 compañías y ninguno de sus sistemas contempló a nuestro viejo Citroen que nada tiene que hacer por estas latitudes. Básicamente es clandestino no dejarles dinero, o peor aún, no dejarles dinero de la forma que ellos quieren que se los dejes. Así, nos vemos obligados a, sin hacer mal a nadie, vivir un poquito fuera de la ley. Por un lado se está intranquilo, tenso y con temor, por el otro se siente la tranquilidad de saber que a nuestra felicidad, no la conseguimos en el Walmart.

Creo que el control es ilusión, por lo tanto, estoy convencido de que vivimos engañados. Y esta realidad virtual, hecha como un traje a medida, no podría sentarnos mejor. Poquito a poco, nos arrullamos con este canto de sirenas que nos encanta para devorarnos de un bocado. Y vivimos muertos. Sin animarnos a nada, sin crear nada, sin pensar nada, sin ver, sin respirar, clavados frente al televisor que nos dice quienes somos. Y comemos lo que la caja nos dice que comamos, nos vestimos con lo que la caja quiera vestirnos, pensamos como la caja, hablamos como la caja, nos formateamos en un molde tieso, sin corazón ni cabeza.

Se que sueno extremo, y que lo que digo, dicho de esta manera, es irreal. Se que muchas personas se sienten atacadas por estas palabras, porque también hay una humanidad llena de belleza, que día tras día se pone de pié para hacer camino. Soy conciente de que con estas palabras no estoy contemplando el cuadro completo. Pero también se que la gran mayoría de la gente que nos ha acompañado durante todo este tiempo y lee las publicaciones del blog, conoce mis otras palabras, las que si se refieren a una humanidad de encumbrada nobleza, en la que siempre he creído y por la que ahora me pongo pesimista.

Condeno a la ilusión porque se que hay algo mejor. Porque no debemos conformarnos con este mamarracho que nos hemos regalado a nosotros mismos. Y lo digo poniéndome en el ojo de la tormenta, sabiendo que yo mismo me hundo a diario en esta tibia comodidad, adormeciéndome y quedándome con los ojos ni abiertos ni cerrados del todo.

Yo me quiero bajar de este Bondi, antes de que mi parada quede atrás. Por eso trato de pensar, de respirar, de ver, de crear, de descubrir quien soy sin tener que esperar a que me lo digan. ¿Que clase de chiste es este? El cielo es infinito, la tierra un caleidoscopio de misterios, nacemos con dos ojos, dos piernas, un corazón y una cabeza, pero no podemos utilizarlos a voluntad. Con los ojos no vemos nada realmente, con las piernas apenas nos movemos un poquito y siempre por los mismos caminos, el corazón lo tenemos solo para no caer muertos y la cabeza molida a palos, poco quiere saber de ponerse a pensar. Allá afuera quedan entonces el cielo y la tierra, listos para recibir los pasos que nunca damos.

Todo ahí, delante nuestro y nosotros sin poder alcanzarlo. Bajemos del Bondi ya.

Paradójicamente, el Oso posa con el “Recipiente Antiosos” que nunca utilizamos. Todo sin pudor en nuestro campamento "clandestino".

Fideitos con sabor a clandestinidad pa´ la manada.

Lo que parece no tener sentido a la distancia.

Lo cobra al verse la escena de cerca.
Amanecidos y desayunados, volvimos por la revancha. Devolvimos el recipiente sin pena ni gloria y nos fuimos con la nave hasta el fin del camino. Allí hicimos una corta caminata, esperando a que llegue el guardaparques a la garita.

La alegría no es solo brasilera.

Jeremías cree ser invisible, yo tampoco.

El río arrastra lo que puede, yo tampoco.

¡Hola Miguel!

Muy, muy lejos, un caribú cruza el río y no se le escapa a la “caza almas”.

Ya de regreso, hablamos con el guardaparques. Aymi y Juancho (los Estacionarios), que ya habían pasado por allí, nos habían dado referencias de él. Como el parque no puede transitarse con vehículos particulares, sino únicamente en un colectivo que cuesta unos cuantos dólares, pedimos a este hombre si no podía darnos una mano. Él esperó al chofer adecuado, lo paró y le mostró un papelito, el chofer levantó la mirada, nos indagó y asintió con la cabeza. Así conseguimos subir al Bondi y conocer el parque, sin pagar. De otra manera, no lo hubiésemos hecho.
A Faca le dio FMEP (fobia momentánea a estar de pié), y Le´Chien tuvo que caminar tres kilómetros con él en brazos.

El pico más alto de Norteamérica, el Mckinley, que usualmente se encuentra cubierto de nubes, sonríe pa´ nosotros.

En todo el parque pueden verse evidencias de épocas más frías, donde los valles estaban cubiertos de glaciares. Muchos glaciares aún siguen allí, aunque más pequeños. A sus faldas, la roca descubierta y los anchos cauces de ríos de antaño, son evidencia de aquel pasado no tan lejano.

El parque entero está tapizado de osos. En nuestro recorrido vimos unos quince grizzlis, además de algunas otras bestias. A pesar de esto, se dan permisos para acampar y caminar por todo el lugar libremente. No hay senderos, ni asentamientos designados. Ésta es una metodología que nos sorprendió gratamente y no habíamos conocido hasta entonces en ningún otro parque nacional. Si bien parece peligroso, no se ha registrado en toda la historia del parque, un solo caso de muerte por ataque de oso.

¡Pero! ¡Si serás zorra!
Habiendo acabado el recorrido, nos subimos a La Nave y desandamos algunos kilómetros al sur, para retomar la Alaska Highway. Esta carretera es un camino sin pavimento, bastante rico en pozos y piedras. Para muchos aquí, la aventura máxima. Para nosotros, uno igual a los tantos que hemos transitado en Latinoamérica. Va de oeste a este, o la revés si se quiere, a lo largo de unos 200 kilómetros aproximadamente. La idea era ver unos cuantos animales por allí, pero lo único que encontramos fueron mosquitos.


Esto no se muestra en las películas ni en los libros, pero ante todo, Alaska es, en verano, tierra de mosquitos. Los hay en tales cantidades, que con mis propios ojos les he visto llevarse volando un ciervo, para chupar toda su sangre, vaya uno a saber donde. Son una pesadilla constante y salir de caminata sin uno o dos kilos de Off, es sin lugar a la exageración, virtualmente un suicidio.

Cada noche buscábamos donde levantar campamento, los ronquidos del Oso de las Pampas, ahuyentaba a sus colegas boreales, y eso sumado a nuestro poderosísimo “Spray Antiosos”, nos hacía sentir invencibles. Cada río, charco, lago, o pileta era aprovechado para probar suerte con los anzuelos. Pero las capturas recién volverían con el arribo del Oso a Buenos Aires.





Y así señores y caballeros, cada día hacíamos una ponchada de kilómetros, recorriendo estos hermosos países del norte. La naturaleza, único testigo de nuestra existencia errante, cultivaba en nuestras almas y, se puede decir, habíamos constituido una familia feliz. Desgraciadamente los papeles de adopción nos fueron rechazados, por contar el individuo a ser adoptado, ya con 29 años en su haber y demasiado pelo en la espalda.



Si bien no queríamos desprendernos de nuestro querido Osilín de Bachín, su oscura vida pasada lo reclamaba. El tipo se tomó un avión desde Buenos Aires para visitarnos en Alaska, siendo un laburante (trabajador), sabiendo lo que cuesta juntar dólares si se gana en pesos argentinos y aún considerando que en unos pocos meses podría vernos en casa. No hay manera de agradecer semejante gesto, por algo es para los Laiz, el quinto hermano. Junto con Rod, nos regalaron dos semanas de felicidad absoluta, un poco de cariño familiar y un buen pedazo masticable de nuestra querida Argentina. Sin palabras.

El regreso a Anchorage era obligado. Para entonces el sol se acordó de brillar y pudimos darnos el gusto de nadar en un lago helado. En estas aguas, por cada brazada, una pu…eada.


El flí-flá, perfeccionado a su máxima expresión por aquellos días, no logró noquear ningún felino subacuático y por eso, tuvimos que conformarnos con comer salchichas en lugar de seguir utilizándolas como carnada.

Como el último día del Oso en Alaska, era a su vez, mi cumpleaños número treinta, decidimos seguir de largo en la ciudad y llegar a Bird Creek.

Pa´ comenzar a festejar desde la noche anterior, cervecita y segunda tanda de pizzas hechas a la parrilla por el Oso.


¿Que sería de nosotros sin las enseñanzas de Francis Malman?
El gran día amaneció nublado y lluvioso. Una porquería,| hablando mal y pronto. El Oso, sin saber como manejar la situación, se decidió por el suicidio.

Sacá la cabeza de ahí, o te la saca el tren hermano.

Luego, mi queridos esposa y amigo juntaron hermosos trozos de barro para regalarme.
También me animé a remontar mi cometa personal. Uno se aloca en estas fechas ¿vió?

En fin, preparamos pollito a la parrilla en medio del vendaval y descorchamos una leche condensada pa´ culminar el festejo. Ya por la tarde, caímos a la ciudad, el Oso se llevó una tonelada de souvenirs pa´ su gente, nos duchamos en lo de los buenos de Nancy y CJ y salimos para el aeropuerto. Allí dejamos a nuestro querido amigo. Dos semanas de carcajadas ininterrumpidas, dos semanas que disfrutamos a más no poder. Molte grazie Oso, molte grazie por tutto. Tu sei un bambino di´ oro.

Apenas lo vimos perderse en el mar de gente, nos miramos a los ojos con la Peque y una rara sensación nos recorrió la columna, de nuevo ¿solos?
Y aquí cerramos otro capítulo. Aún nos quedan dos semanas increíbles en Alaska para contarles. La cantidad de cosas que nos pasaron, hicimos y deshicimos, desde la partida del Oso, hasta nuestra propia partida hacia el sur, son increíbles. Desde San Diego, y trabajando por un pronto regreso a la patria, nos despedimos.
¡Besos, abrazos, patadas ninjas y codazos en el estómago pa´ todos! Una vez más, infinitas gracias por los mails, los comentarios que nos dejan y la buena onda que nos llega a raudales desde todos los rincones de la tierra. ¡Se pasan viejo!

¡Arrivederci e buonafortuna!

domingo, 22 de agosto de 2010

Era algo con milanesa…. No me acuerdo. Gracias señor Hemingway, gracias señora Osa.

No hay oso que pueda llevarnos a la tumba. Claro que luchamos con varios mano a mano, e incluso de tanto en tanto, tan solo utilizando los dientes, como única arma. Pero ninguna de aquellas batallas hizo mella en estos cuerpos errantes y aquí estamos de vuelta, para que juntos proyectemos nuestras ingrávidas mentes miles de kilómetros al norte una vez más.

Sobrevolamos los inacabables bosques del Yukón y la Columbia Británica, cruzamos otra línea imaginaria, manchamos los pasaportes con tinta y aterrizamos en Alaska.


En un momento pareció imposible, pero justo cuando ese tirano llamado tiempo, estaba comenzando a hacerse invencible, quitamos un retén, recortamos un resorte y la gran pérdida de aceite que nos paralizaba, desapareció para siempre. Conseguimos poner la nave sobre el asfalto y despegados unos pocos centímetros de los caminos, recorrimos los más de mil kilómetros que separan a Whitehorse de Anchorage, en apenas tres días.

Alaska nos recibió con la misma inmensidad del norte canadiense y rutas muchísimo más transitables que las de su hermano inmediato del sur. Nuestras almas ganaban ahora aire, con la alegría de saber que pronto nos encontraríamos con el mítico Oso de las Pampas y su cuasi gemelo, el franchute Rod.
Apenas pusimos un pié en Anchorage, nuestra buena amiga Jeanne, nos buscó y nos llevó a la casa de CJ y Nancy. Ya con base en la ciudad, con lugar donde dejar todos los bártulos, donde dormir y ducharnos después de cada una de nuestras correrías, estuvimos listos para ir al aeropuerto en busca de nuestros compatriotas.

El primero en caer fue el Oso y por supuesto, fiel a su inquebrantable palabra, del peso total de su equipaje, la gran mayoría era de esencia comestible.
¡Hay galletitas, alfajores, garrapiñadas y leche condensada haaaaay…..! ¡Hay dulce de leche, golosina a mansalva, leche condensada, pepas, galleta, leche condensada haaaaayyy!!!!

Apenas unas horas más tarde, llegaba directo desde Frankfurt, el cabezón con sus buenos vinos parisinos y unos regios quesos franceses.

Por supuesto lo primero que hicimos fue ir al mercado y comprar más comida y chupi. Vaciamos la nave, dejando solo lo necesario para acampar y comer. Todavía no se como, entramos los cuatro todos apretujados y salimos manejando hacia el sur.


Descontrol en la nave, muy poca seriedad e hidratos de carbono para tirar al techo.

La semana que Rod estaría con nosotros, decidimos recorrer la Península de Kenai, con Homer como primer destino.

El raid gastronómico, comenzó con una buena ¡BULENTA! Presto pronta pa´ todo el mundo che. Cuanta alegría para nuestras papilas gustativas, cansadas de extrañar sabores argentos.

La pobre Peque perdió el lugar de copiloto, tuvo que soportar 24 hs de delirios sin pausas y todavía sonríe. ¡Esa es mi Le´ Chien!

Aquellos días, como los muchos que vendrían después en Alaska, tuvieron un factor común: Cielo nublado y lluvioso. Aún así nos las arreglamos para acampar cada noche y acomodar nuestras cuatro almas dentro de la carpita guatemalteca. Los ronquidos marca registrada del Oso de las Pampas, fueron el “armonioso canto de grillos del Paraná” que cada noche nos “ayudaba” a conciliar el sueño. El cadáver (porque no se le puede llamar de otra manera) de Rod, yacía inerte durante horas hasta que lográbamos sacarlo de su trance de sueño y así, cada mañana, comenzábamos un nuevo días de aventuras.


Para abrirnos paso a lo largo de los bosques plagados de abominables bestias mamíferas, decidimos invertir en un aerosol espanta osos. Si, tal como se escucha, existe. Lo que no se, es cómo nos convinieron de que un aerosol tendría el poder suficiente para derribar un oso. Aún me lo pregunto sin hallar respuestas.
Claro que yo era el portador y las instrucciones eran: Si aparece un oso todo el mundo se refugia tras mi escultural cuerpo de físico culturista. Yo, en pleno control de mis acciones, debía conservar la calma y, mientras el animal atacaba en estocada mortal, verificar que el viento no estuviera en contra, quitar el seguro del gatillo del aerosol, esperar a que el oso se acercara a una distancia de 30 pies o menos y entonces rociarlo con esta mezcla mortal de pimientas variadas y sustancias irritantes. El disparo debía ser mortal, ya que en caso de fallar no teníamos un Plan B.
Las caminatas de horas, nos llevaron a través de hermosos bosques nublados. La exigente geografía alaskeña no nos quitó el aliento y durante esas caminatas pergeniamos ambiciosos proyectos televisivos como “A Puro Pino”. Este programa, destinado a cambiar para siempre los paradigmas de la TV moderna, contaba con la animación de la Ardillita Gómez, genialmente interpretada por Rodrigo Laiz.



Foto de alce pastando sin cuernos.
Aquella primera semana, la gran fauna de Alaska, nos fue totalmente esquiva. Aún así, de tanto en tanto algún bicho aparecía y entonces nos gastábamos los rollos completos.

Tras dos días de viaje, llegamos a uno de los extremos de la península. Un pequeño pueblo pesquero llamado Homer. Un largo istmo, se desprende del continente y se introduce en el mar hasta los muelles. A lo largo del mismo, pequeños restaurantes y negocios turísticos le dan color al sitio, que en poco tiempo ya hemos recorrido completamente.
¿Lo mejor de Homer?
Aníbal, Eustaquio, El Rengo, Rolo y Emilio. Cantaron durante cinco horas consecutivas una versión de I will survive, con ritmo de son cubano. Luego disertaron sobre la moralidad del hombre moderno, finalizando la jornada con una crítica sobre “El mundo como voluntad y representación”.

Entonces alguien nos dice que a unas pocas millas, hay un pueblo ruso (uno de los varios que quedaron de la época en que Alaska pertenecía a aquel país). Desde el principio la idea de llegar a este sitio nos cautivó y emprendimos viaje por la accidentada costa que terminó en un camino de piedra, con lomas de exigencia tal, que nos vimos obligados a abandonar al Citro y seguir a pié los últimos cuatro o cinco kilómetros.

Caminamos bajando una empinadísima carretera, el Oso y Rod se desplazaban como ligeras saetas, mientras mi rodilla mala y la ojota descosida de Le´ Chien nos dejaban atrás. Llegamos a la costa y tras caminar otro tanto divisamos las primeras casas, unos simpáticos anuncios nos exhortaban a retornar por donde vinimos. Propiedad privada, no pasar. Estos rusos…… A buscar otro camino.
Después de tanto caminar y con la curiosidad que nos provocaba ver este pueblo ruso, tras dudar un poco, proseguimos por la costa llegando al mismísimo centro del lugar. Creo que la mejor manera de describirlo, es no describirlo en absoluto. En efecto el lugar parecía un pueblo fantasma. Nadie en las calles, un triciclo descansaba sin conductor a lo lejos. Las casas desparramadas por todo el lugar parecían estar vacías y el aire se respiraba con aroma a emboscada. Rara la sensación que sentimos, si bien no había mucho que fotografiar, tímidamente sacamos las cámaras de fotos, esperando el balazo en la nuca. Una rusa con una falda de un brillante rojo oscuro, pasó como alma que lleva el diablo, de ida y vuelta volando con su cuatrimotor por los caminos desiertos.

¿Qué hacemos acá? Nadie tenía una respuesta, nos reímos por lo extraño de la situación y emprendimos el largo regreso cuesta arriba, pidiendo a los dioses que ningún ruso se hubiera chafado el auto.

Destruidos del cansancio llegamos y la nave nos esperaba sin novedades. Poco a poco, nos alejamos por aquellas lomas con nuestro motor que tras dos días de paz (después de Whitehorse), comenzaba a hacer ruidos de muerte nuevamente. Ese maldito golpe del motor, que no me permitía relajarme, sonaba sin pausa haciendo inhabitable la cabina y poniéndome los nervios de punta. Entonces hice un pacto con el Citro. Mientras estuvieran Rod y el Oso, no podía romperse, manejaríamos algo más de 2000 km con ellos, pero no había derecho a la falla. Después, podía hacer lo que quisiese. El pacto fue sellado y cumplido a rajatabla por ambas partes, pero ya me estoy adelantando a los hechos.

Cada “noche” buscábamos un lugar donde armar la carpa, evitando campings y lugares costosos. El sol se ponía cerca de la medianoche y salía antes de las cuatro. En realidad no había noche real, solo una penumbra en las horas más oscuras. En tal caso la oscuridad nunca era suficiente para dar vida a las estrellas y así nos la pasábamos en este verano boreal.

Cada vez que podíamos mojábamos los anzuelos y nuestro espectacular equipo de pesca. Los primeros días cosechamos solo decepciones, sin permisos, nos restringíamos a insignificantes arroyos y ríos de aguas opacas. Llegó a tal punto nuestra desesperación que inventamos un juego llamado “Ruleta de Pescadores” en el cual cada uno elegía un pescador que representaría al jugador. Mirábamos como pescaban estos hombres en busca de algún salmón plateado o salmón rey. Y cuando pescábamos nosotros, lo hacíamos en lugares tan infértiles a los fines de conseguir la cena, que nos vimos obligados a crear otro programa televisivo llamado “Pesca Show”. Entonces el pescador en lugar de guardar silencio e intentar capturar una presa, tenía como responsabilidad máxima, entretener al público. ¿Tendría recompensa la locura en el fin?

Los chicos no podían irse sin probar uno de los clásicos menúes de americaencitro. La sopita “Marruchan”. Estas sopas instantáneas dan por 25 centavos de dólar una comida caliente a quien no sea de paladar demasiado exigente.
Aprovecho la ocasión para mencionar que nuestras fuentes nos han revelado que en Argentina ya se vende este producto, pero que lo que desde Panamá hasta Alaska hemos pagado siempre 1 peso argentino, más o menos, allá se está vendiendo a 3,5 pesos. Estafa total.

Después vuelven a Paris y a Buenos Aires y sacan champagne de la canilla, pero acá hay que laburar viejo.

Una caminata de dos horitas nos llevó hasta un pequeño lago atestado de microtruchas que saltaban enloquecidas en busca de alimento. Desgraciadamente, el lugar estaba plagado de guardaparques y tuvimos que guardar los anzuelos, pero aprovechamos para fundirnos en el verde profundo de estos bosques que a juzgar por el tamaño de sus árboles, deben haber sido castigados por el hacha reiteradamente. Al menos así parece que son las cosas en casi toda Alaska, nosotros imaginábamos pinos enormes y bosques milenarios, en su lugar encontramos árboles más bien achaparrados que no encuentran en el suelo congelado de la tundra, descanso de los filos humanos.
Las truchas seguían saltando y nos obligaron a sacar el equipo.

Parece Pat Morita en Karate Kid, pero es el Oso que ya viene buscando fondo y raspando roca.

Y bueno, una vez más… no es un maestro de Tai Chi, es el oso tirando su célebre fli-flá. Con esta técnica desarrollada por el mismo, no se busca distancia, la idea no es que la cucharita se aleje de la línea costera. En cambio, la exagerada elevación que gana el señuelo, es suficiente como para noquear al animal desgraciado que tenga la mala suerte de nadar cerca de la superficie, cuando el mismo hace contacto con el agua. Presas conseguidas con esta técnica: 0.

Y nosotros, que seguíamos obsesionados con la idea de descargar nuestro aerosol espanta osos, en lugar de bestias salvajes, encontramos en nuestras caminatas a inodoros seres plumíferos. En este caso un ptarmigan, tan manso nos resultó, que ni nos tentó para llevarlo a la parrilla.

Sin osos, truchas o ptarmigans asados para la cena, hubo que recurrir a la sangre italiana. Entonces el Oso se despachó unas pizzas a la parrilla de antología.

Faca intenta partir un tronco con su “herramienta”.

La visita se recuesta sobre las cansadas espaldas del Citro, que se portó como un duque y no nos dejó a pata, mientras cumplíamos con la misión de recorrer Alaska en manada.

En el Russian River o Río Ruso, volvimos a caminar largo trecho hasta encontrar un sitio propicio para la práctica de la pesca deportiva. Esta vez un pequeño muelle y aguas que rápidamente se volvían profundas, prometían resultados.

Le´ Chien siendo la más experimentada y apasionada pescadora del grupo, espera pacientemente.

Las técnicas eran de lo más variadas y siempre poco convencionales. Todos arrojaban sus líneas desenfrenados. Hasta que, finalmente, contra todos los pronósticos...

Con solo mirar como agarra al pescado, puede verse la falta de idoneidad en la materia. Nadie pagaba un peso por este gladiador del reel, pero fue el primero en arrancar a un animal del agua. La historia fue así, el flí-flá no pagó, fue Dolores la que pacientemente sostuvo su anzuelo encarnado con salchicha durante media hora bajo el agua. En un segundo pasó la línea a Faca y poco tiempo después, éste se la dio a su vez al Oso. Cuando picó, la desesperación del rulado compañero fue tal, que sacó al pez volando del agua y lo hizo caer sobre el muelle de un solo tirón. Muchas risas y la cena asegurada.

Ya de regreso, volvimos a desviarnos hacia el sur, esta vez en dirección de Seward. Otro pueblo pesquero al fin de la península pero ubicado en un brazo más hacia el este. Estas tierras montañosas, resultaron ser las más hermosas que encontramos por aquellos días. Por allí acampamos y emprendimos otra caminata de hora y media hasta un lago escondido entre picos llamado como el inofensivo pajarraco terrestre, el ptarmigan.

En aquellas aguas azules, Dolores rompió todas las marcas con tres capturas, siguiéndola en el marcador Rodrigo con dos animales y el Oso con uno. Faca quedó cola ´e perro sin atrapar ni una mojarra.

Le´ Chien y la primera presa.

¡Buop, bop, buop! ¡La ardillita Gómez chicos!

El cabezón no se iría del territorio de Alaska con las manos vacías. Su técnica denominada “el paseíto” consistía en mover la cucharita lentamente delante del pez, una vez que este estaba a la vista. Su alegría es evidente, su locura…. Igual.

Terminada la fiebre de pesca, volvimos a Anchorage tras una semana de camping (debemos reconocer, con una sola ducha) Anclamos en lo de nuestros buenos amigos CJ y Nancy. Nos esperaban con comidita, nos duchamos, dormimos como reyes y de yapa, nos prestaron la camioneta para que llevemos a Rod al aeropuerto. ¡Como nos salvaron! Gente de primera, en nuestro próximo retorno a la capital, nos invitaron a comer afuera y nos llevaron al cine. Así nos olvidamos de nuestra vida salvaje por un momento y recuperamos algunas costumbres de nuestra ex vida en la civilización.

¿Y que decir del cabezón? Para nosotros que estamos andando ya hace tanto, poder ver a un hermano es una alegría difícil de igualar. El hecho de que tanto Rod como el Oso sabiendo que nuestro viaje estaba ya en su última frontera, hayan volado a ser parte de este momento en nuestras vidas, dice muchas cosas. Habla de todo lo que valoran lo que estamos haciendo y de todo lo que nos quieren, por eso apreciamos muchísimo el esfuerzo que ambos hicieron para llegar hasta ALASKA a visitarnos.

Cabeza sos un grosso, que manera de recagarnos de risa, ¡que semana Teté! Cómo te extrañamos! Cómo extrañamos a la Ardillita Gómez! jajajja.
En fin el viaje prosigue, el Oso se quedará una semana más con nosotros y seguiremos recorriendo Alaska otro tanto. Si no había actualizado el blog hasta hoy, es porque no tuvimos ni un segundo para hacerlo. Descubrimos nuestro lugar en Alaska, volamos en helicóptero, navegamos en tres barcos distintos y tuvimos que volver a abrir el motor de la nave. Después de eso manejamos como locos hacia el sur saliendo de la gran península, atravesando todo Canadá y Estado Unidos en quince días. Hoy nos encontramos ya de regreso en la casa del Tío Luis en San Diego, a veinte minutos de la frontera con México. Estamos haciendo lo imposible por ver si podemos embarcar el auto a Argentina y volar, pero la cosa no es tan sencilla. Siempre fue igual en este viaje que, desde el principio, planteamos como algo distinto y lleno de desafíos.

No sabemos cuando ni como vamos a volver a casa, pero nos morimos de ganas de llegar y estamos poniendo toda nuestra energía en esto. Por eso manejamos 6500 km a razón de 400 km o más por día con la nave que se ha recontraportado después del último arreglo.

A todos los amigos, los hermanos, los compañeros de correrías, les queremos agradecer infinitamente la inmensa cantidad de mails y saludos que nos han dejado en la página. Semejante fue la avalancha de felicitaciones tras nuestro arribo a Alaska, que no entramos en nuestros pechos de la alegría. Es hermoso saber cuantos amigos tenemos desparramados por el mundo, a algunos los hemos podido abrazar y ver, a muchos otros todavía no. Como ya les dije nos han agrandado el corazón, el alma y la cabeza casi forzándolos a estallar en una inmensa supernova de alegría.

Sin sus palabras, sin su empuje, no había spray antiosos. Sépanlo.

Desde San Diego y con la vista clavada en el sur, los despedimos con unas cuantas patadas ninjas, un pisotón de columna vertebral y una doble Nelson invertida con fli-flá.

¡Tante grazie conejillos!
¡Arrivederci e buonafortuna!

















La verdadera razón de nuestra ausencia.
Ni boca, ni ojos, ni nada que le asemeja a una criatura conocida. Más bien diré que nos fagocitó atrapándonos en una membrana translúcida. Tampoco vino de lugar alguno, pero con certeza podemos decir que nos sumergió en el más profundo de los océanos. Y que tan profundo se hundió, que nos privó de la luz por completo.
Dentro de aquel ser habremos pasado al menos dos años terrestres, y si bien determinar el tiempo transcurrido con exactitud nos resulta imposible, el largo de mis barbas al salir, fueron el mejor y nuestro único reloj. Dentro, en aquel espacio húmedo y de inaccesible oscuridad, no había a donde ir, ni que hacer.
Día y noche, tarde de té y amanecer dorado, todo vuelto nada, todo vuelto ciega y vana espera.
Casi abandonados a la muerte, tras buscar una salida durante días enteros, jamás hubiésemos recobrado la libertad de no haber sido por esa pálida luz, que ahora deduzco, probablemente haya pertenecido a un pez de la llanura abisal. Como bien sabrán ustedes, me refiero a la bioluminiscencia que muchos de los seres de las profundidades producen en simbiosis con ciertos microorganismos que tienen la capacidad de generar luz. Aquella fosforescencia incierta e inesperada, iluminó por un segundo un ejército de medusas, cuyos tentáculos ponzoñosos utilizamos sistemáticamente para provocar la úlcera de aquel estómago infinito. Con los primeros reflejos de peristaltismo inverso, ganamos la libertad.
Debimos nadar en la oscuridad todavía cien años hasta llegar a la superficie, obteniendo el oxígeno de un millón de algas que arrastramos atadas a nuestras cinturas. Nos alimentamos de toda clase de extraños peces, moluscos y cefalópodos aprendiendo incluso a abrir almejas con el pensamiento.
Nuestros cuerpos acostumbrados a la vida submarina ya se habían cubierto de escamas y fue en extremo difícil readaptarnos a la gravedad de la tierra. Aún con todo esto al recobrar la libertad, lo primero que hicimos fue escribir estas líneas para que supieran de nosotros.
Ahora estamos bien, gracias y chau.