jueves, 23 de abril de 2009

El Libro Gordo de Petete

En un nanosegundo, la tierra se hizo mar y desapareció todo lo que en ella había anclado. El agua en masa arremetió contra nuestro equilibrio primero. Contra nuestra cordura después. Inundó nuestros cuencos ocultos y nos tragó de una vez. Grotesco en principio, pero saturado de intención e irreprochablemente efectivo al fin, fue aquel movimiento. Ni Acuaman, ni Flipper, ni Bob Esponja. Nadie cuenta la verdad de lo que acontece en altamar.

Comprenderán lo difícil que es actualizar una página de internet cuando alrededor, todo gira como en un carrusel. Más aún si la intención es sacar la sortija pa´ dar una vueltita más de arriba. Esa es la mejor forma de explicar nuestra coyuntura.

No somos millones, pero si muchos más que dos. Cuando los dejamos, habíamos llegado a Santa Marta tras casi dos meses de taller en Bucaramanga, pues bien, retomemos el hilo en aquellas tierras calcinantes.


Primera parte: La cuchara tributaria.


¿Como alcanzamos Panamá? Algún desprevenido dirá que es sencillo, ya que el famoso istmo que otrora llevara a los armadillos al norte y trajera los felinos al sur, serviría ahora a nuestros fines. Nada más alejado de la realidad. Alcanzar Centroamérica fue, sin duda, el desafío más grande que este viaje nos ha presentado hasta ahora. Afortunadamente Juancho y Aymi estaban ahí para hacerlo todo más fácil.

El Tapón del Darién es una selva impenetrable de inexpugnables montañas, que separa a Colombia de Panamá. No son sus afamados monos con cuchillo, ni sus tucanes expansivos positivos lo que disuade a los políticos de aplazar ad infinitum la construcción una carretera que comunique el continente de una vez y para toda la eternidad. Más bien el asunto se aleja de toda razón razonable y todo fundamento finlandés. Sin caminos que transitar, el cuello de la botella se afina y las posibilidades se extinguen. Eso es una oportunidad, y en un mundo donde las oportunidades no son más palpables que el éter, las mismas manos de siempre, aplauden, se lavan una a la otra, y señalan una vez más, el ritmo al que debemos bailar. Nos dicen que no se puede por tierra, pues bien, ¿que estamos esperando? ¡al agua pato!


No quisimos adelantarnos a los hechos, pero mientras la nave estaba en terapia intensiva en Bucaramanga, Juancho y Aymi nos llaman para decirnos que el milagro sucedió. ¡Hay quien nos cruce a Panamá! No podíamos creerlo, ¿cuándo sale el barco? No se sabe, pero tenemos que meterle pata, porque no podemos perder la oportunidad. Normalmente el chiste costaría como U$S 1500 y como bien intuirán, nuestro presupuesto solo nos permite armar castillos con huevos de esturión una vez a la semana. Además, por principios, si alcanzáramos a reunir ese dinero, lo usaríamos para cosas más enriquecedoras como alquilar a Michael Jackson por un día, o comprar palomas mensajeras. Lo cierto es que muchos viajeros motorizados, emprenden la vuelta desde el Caribe colombiano, ya que el salto del Darién se vuelve imposible. Si hace un mes nos preguntaban ¿como van a cruzar a Panamá? Solo quedaba responder; no tenemos ni la más remota idea, confiamos en que alguien nos ayude. Y eso es exactamente lo que sucedió.



Las máquinas y los hombres vuelven a juntarse. Apenas conseguimos hacer rugir a la nave, salimos catapultados hacia Santa Marta donde los chicos nos esperaban en casa de Leo. Al principio estábamos medio perdidos, no sabíamos nada de puertos, contenedores, agentes aduaneros, bills of landing, trincados, ni nada. Teníamos frente a nosotros el Mar Caribe, y lejos de chapotear en sus cálidas aguas y jugar bridge con las tortugas marinas, nos metíamos más y más en una maraña de fechas, números e incertidumbre.



El cuento es así: Aymi y Juancho habían conocido en el puerto de Santa Marta a dos hombres, Mauricio Suarez (Gerente del puerto) y Rodolfo Schmulson (Gerente Comercial). Apenas un minuto después de presentarse, ya tenían quien los ayudara con el cruce de la Celestina a Panamá. Empezaron a hacer números y se preguntaron ¿Entrará el Citro en el contenedor también?


¿Divide y triunfarás? Todo lo contrario, aunamos los 32 caballos del 3CV a los de la Estanciera y ¡A darle átomos! Leo nos hospedó a todos en su departamento en el ruidoso centro de Santa Marta, nosotros íbamos y veníamos como hormigas. Pasábamos de la euforia a la depresión absoluta, al ritmo de las noticias que llegaban del puerto. Mails que van, llamadas que vienen, reuniones en oficina de Rodolfo. Para nosotros era todo nuevo, pero Juancho y Aymi llevaban ya casi dos meses en este baile y rozaban la locura. Con un futuro incierto, la amenaza de que nuestros permisos de estadía en Colombia se vencieran nuevamente, se cernía sobre nosotros como una nube oscura e intimidante. Si no resolvíamos el asunto de inmediato, tendríamos que salir a Venezuela para renovar días y regresar a Colombia corriendo. El colapso era inminente, la única solución posible... ¡PLAYA!

Los colectivos que van a la playa de Taganga, tienen tecnología superior. Sus instrumentos permiten el movimiento a velocidad infinita. Mientras viajamos tres burbujas de superficie cuasi mitocondrial, flotan a la deriva, en el bosque anular saturado de liquidámbares stiraciflua. El movimiento se divide en siete etapas, y la sexta da el retorno. No hay relatividad en esta bóveda metálica, no hay solución de continuidad, ni KM, ni el ácido oxalacético interviene en el ciclo de Krebs. Hacia atrás, regresando, atravesando el hilo de plata infinito, los átomos forman la columna vermiforme. El universo no fue diseñado para tener sentido y en consecuencia, no lo tiene. Es la entropía reina, lacaya y heredera de todos los eventos. Es el desorden, el rey.

Compramos hamacas en el mercado de Santa Marta y nos fuimos a pasar dos días y dos noches a una playa alejada, llamada Monohuaca. Fueguito, guiso y guitarra por la noche, las hamacas colgadas de una vieja estructura en ruinas, encima nuestro solo soles y planetas lejanos. Durante el día nadamos y buceamos en ese mundo increíble de peces multicolor, corales, algas y serpientes marinas.

Faca consigue la cena para la manada.

Jacuqes Cousteau estaría orgulloso de nosotros.

Costó pero la convencimos de que no se coma la cabeza. A veces, cuando saca al asesino serial que lleva adentro, Loli da un poco de miedo.

Parte Segunda: El Galgo que no corre.

Retomando la foto surreal: Estaba claro que eran tres, y que en tercera avanzaban. ¿Pero a quién pertenecían esas complejas estructuras óseas rodeadas de intrincados tejidos musculares? El tirano llamó a consejo y con un dedal de oro sobre la cabeza, sentenció a media población. La desición fue exagerada, como todas las que tomaba, pero puso fin a la cuestión. Sirvió todo esto para parir una nación más próspera, justa y sabia, cuya constitución constó de dos páginas y media impresas a todo color, y forradas con el más suave de los terciopelos lapones.

Tercera Parte: Para mi sin chimichurri.

Con la fecha del 14 de Abril sobre la mesa, para embarcar los autos, tuvimos que salir volando para empezar los trámites del embarque. Un martes a las cinco de la matina estábamos cargando los bártulos en Santa Marta, y para el mediodía ya nos encontrabamos en el puerto de Cartagena iniciando los papeles. Llegamos a Enlace Caribe donde Luis Ernesto La Rota y Sonia, nos pusieron al tanto de los pasos a seguir, nos están dando una mano de onda. Con muy poquito tiempo y la Semana Santa por delante, ponemos los motores en marcha y a conseguir lo imposible. Teníamos solo la tarde del martes y todo el miércoles (jueves y viernes santo nadie trabajaba, obviamente), para coordinar el llenado del contenedor que debía ser el sábado. Así, nosotros tendríamos tiempo de salir antes que los autos, para llegar a recibirlos a tiempo en el puerto de Manzanillo en Panamá.

La tormenta ha pasado, el remiendo casero practicado al limpiaparabrisas es una de las cicatrices que llevamos encima con orgullo, no duele y de hecho, hasta limpia mejor. Adelante la Celestina marca el rumbo a toda marcha, la tierra prometida ¡Centroamérica!

Contarles lo que fue la movida del Puerto de Cartagena nos llevaría al menos tres publicaciones como esta. La cantidad de requisitos, y peor aún, la coordinación de los movimientos, hicieron de esta una tarea épica. Dos ejemplos, en medio de los trámites, nos llama Luis y nos dice que hay que presentar un papel (el famoso BL o Bill of Landing) o no podremos embarcar los autos, estamos enmarañados entre siglas, documentos y movidas que jamás en la vida habíamos visto. Además nos dice que la naviera no tiene contenedores en el puerto y nos asignaron uno en un patio lejano. Depende de nosotros contratar a una empresa de transporte que traiga el contenedor. Es miércoles por la tarde, la Semana Santa ya comenzó para muchos y el transporte nos dicen que el sábado no se trabaja, hay que mover la caja metálica ¡YA! Regresamos al puerto, imposible, si metemos el contenedor antes de tener la orden de llenado, va aun patio de almacenaje y aún cuando nosotros pagamos U$S 100 de transporte, cualquiera que lo reclame lo puede utilizar. Además tenemos que pagar una factura de descarga del contenedor vacío para que nos den un permiso de ingreso del mismo al puerto. Mientras tanto, el día se extingue y tenemos que conseguir un permiso de la naviera para que el transportista saque el contenedor del patio (para esto se necesita el número anteriormente mencionado). Nuevamente en el transporte intentamos convencer al dueño de que el sábado nos haga la movida. No, no, no, no, el sábado NO se trabaja. ¡Perdemos el barco! ¡Se nos vencen los días de estadía en Colombia! ¡Ayuda! Tras machacar y machacar, obtenemos una potencial promesa de si al trabajo. Juancho está terminando la inspección de la DIAN y consiguiendo el sello de antinarcóticos, si falla algo, tendremos el transporte el sábado pero no podremos meter el contenedor ya que lo perderemos. Nos tiramos a la pileta, llamamos a la naviera donde ya no quedaba nadie, conseguimos que nos hagan la carta de permiso y nos la dejen con el guardia en la calle, corremos al transporte. Quedamos en que el sábado nos hacen el gran favor de mandar un camión a por el contenedor. Nos cruzamos los cuatro por las calles corriendo de un lado para el otro. Pedimos permiso para sacar de los autos las cosas que nos llevaremos en nuestro viaje por el Darién. Escolta, inspección, media hora de plazo, el sol ya se ha ocultado hace rato, nos juntamos los cuatro en la entrada del puerto y así concluye uno de los días de trámites. Todavía tenemos que conseguir un lugar para pasar la noche, mejor imposible. Anoche dormimos dentro de los autos en el estacionamiento de un supermercado y de yapa, como nos sobraba energía salimos a vender postales por los bares para solventar todos los gastos que se vienen. ¿Que bailecito no?

Cartagena, su centro amurallado, sus playas, su historia, su color y su rumba, fueron para nosotros como un espejismo. Podíamos verla todo el tiempo, pero nunca tocarla.

Lo que nunca nos faltó en cada rincón de Colombia al que hemos llegado, es una mano amiga que nos haga las cosas un poquito más fáciles. No vamos a mentir, Colombia no es el paraíso, de hecho no creemos que exista tal cosa en la tierra (y nos basamos para decir esto en el reflejo que nos devuelve el espejo cada mañana. Traducido al español, somos hombres). Los problemas de este país no son distintos de los de muchos otros, y se basan principalmente en las incapacidades propias. Ahora que la tierra de Gabo quedó atrás, nos parece justo y necesario decir que se comete una terrible injusticia cuando se lo señala como a un país de terror. Hoy Colombia es un país que puede recorrerse casi en su totalidad sin el más mínimo riesgo de pasar un mal rato (en esta vida o en cualquiera de las que prometen vendrán luego). Lo que se oye por ahí, es definitivamente injusto, sobre todo teniendo en cuenta lo maravillosamente bien que nos ha tratado el pueblo. Su gente, es la más amable que hemos conocido, nos han hecho sentir queridos, cómodos y nos han abierto sus corazones, casas, talleres y paraísos terrenales sin esperar nada a cambio. Queremos que antes de hablar, se tomen el tiempo de pasar a ver esa tierra. Después si, hablamos todo lo que quieran.

Mauricio e Isa fueron nuestros nuevos amigos y hospederos en Cartagena, al resto de la crotada ya la conocen. Ojalá cuando regresemos a la Argentina, podamos devolver al menos un poquito de todo lo que estamos recibiendo en este viaje. No hay palabras que expresen nuestro agradecimiento, bueno en realidad se inventó una: gracias (pero creannos que queda chiquita respecto de lo que queremos decir).
La Peque eclipsando a Cartagena.

La gran caja de hierro, el APHU637505-8 se eleva inmenso sobre el suelo. ¿Como lo conseguimos? Todavía no lo sabemos. Ahora si, ya tenemos a donde embocar los autos, el resto ya no depende de nosotros.

La inspección antinarcóticos fue EN SERIO. Nos hicieron sacar hasta el último trasto de los autos y revisaron todo a fondo. Los oficiales se tomaron al menos una hora, nos desfinlaron las ruedas, casi nos arrancan los paneles y después de eso llegó el rope. Lo único que les llamó la atención fue la yerba, miraban el mate como si fuera una bomba de plutonio y olfateaban los palillos buscando lo que nunca encontrarán en estos autos "de familia" donde ante todo reinan el honor, el respeto, la justicia y una perpetua búsqueda de la excelencia humana.

El chiquilín temblaba del miedo, tuvimos que ponerle tres tabletas de Clonazepam en el tanque de nafta (gasolina para todos los lectores no argentinos), para que aguante su primer viaje sin Los de Fuego arriba. Afortunadamente tuvo a la Celstina para charlar durante los 14 días que estuvo encerrado en la oscuridad insondable del contenedor.

Macho hacenos bien la trincada, que si se llega a soltar la nave queda hecha un acordeón.

Comienza nuestra aventura para alcanzar los autos en el puerto de Manzanillo en Panamá. No podíamos demorarnos mucho, ya que una vez que llega el contenedor, empiezan a cobrar bodegaje en el puerto (U$S 50 diarios). Hay varias formas de llegar a la Ciudad de Panamá, la más sencilla es tomar un avión desde Cartagena pero el pasaje es demasiado caro. Así, decidimos cruzar el Darién por el agua. Si bien durante nuestra estadía en Cartagena no hubo una sola noche en que no salieramos a vender postales a los bares (nos fue muy bien), nuestros números están en rojo. Hay que cuidar cada peso con la vida y tenemos que regatear hasta el agua.

Dejamos a Cartagena, Mauricio e Isa, a las cinco treinta de la mañana. Media hora más trade estábamos en la terminal peleando (Literalmente ya que intervino hasta la policía. Perdón pero el cuento es muy largo de contar) por el precio del pasaje a Montería (perdimos como en la guerra). Cuatro horas más trade, almorzamos algo en la treminal de Montería y con las energías repuestas, empezamos a negociar los pasajes a Turbo. Dos horas más tarde habíamos conseguido un descuento interesante, todo muy lindo, nos creíamos los más bananas hasta que vimos como teníamos que viajar. Nos esperaban tres horas de caminos destruídos, amuchados los cuatro en un asiento para tres personas improvisado en la caja de la camioneta. Habiendo olvidado hace rato lo que la palabra confort significaba, llegamos al fin del camino. Turbo.

A partir de ahora para avanzar hay que meterse al agua. Hicimos noche en el cuartel de bomberos y a la mañana siguiente a primera hora estabamos en el muelle. La dueña de la lancha que nos debía llevar a Capurganá era una señora gorda llamada Ana. Todos los empleados nos habían advertido que era incommovible, algo así como una Creula de Vil del subdesarrollo y no íbamos poder sacarle ni un peso de descuento, pronto los rumores se hicieron hechos. Tras dos horas de arduas negociaciones durante las cuales hasta nos declaramos sus hijos, conseguimos pagar parte del pasaje con artesanías y un descuento considerable. ¡Éxito! La lancha empezó tranquilita, pero al adentrarse en el mar, daba unos golpes del demonio. Uno imaginaría al Caribe como una pileta, pero no es tan así. Corre una "brisa" constante que produce buenas olas, y en altamar, las naves se bambolean lindo. Tres horas pasamos arriba de esa lancha que con cada golpe que daba sobre el agua, parecía que nos iba a desarmar la columna vertebral. Llegamos deshechos al muelle de Capurganá, y nos quedamos inmóviles al menos 15 minutos hasta que recobramos las fuerzas. El lugar es paradisíaco, sus playas de aguas cálidas y transparentes invitan al chapuzón. Hacemos los honores y tras sellar los pasaportes, seguimos viaje rapidito. Atrás queda Colombia, cuando nos bajemos de la próxima canoa estaremos en Panamá.

Negociar la lancha a Puerto Obaldía fue surreal. El cuento es largo asique también queda para otro momento. Nos subimos a una canoa que se sentía, se veía y literalmente era una cáscara de nuez entre las olas que nos bamboleaban sin parar. Como viajamos con todos nuestros papeles incluyendo pasaportes, registro, titulo del auto, etc, no estamos muy tranquilos que digamos, de yapa, llegando a el muelle, la entrada se hace más movida. El "capitán" decide hacerse el banana y barrenar las olas, la primera la navega con éxito, la segunda imprime velocidad a la canoa que se pone de costado y empieza a tragar agua. Silencio de misa, el capitán pone cara de terror, si se llegaba a dar vuelta el bote, aún sin saber como llegar a tierra firme, lo sacrificábamos en altamar. Fianlmente todo salió bien y no hubo que derramar sangre.

El Lya del Mar, fue el carguero que nos llevó de Obaldía a Cartí, donde nace el primer camino a Ciudad de Panamá.

Ya en Puerto Obaldía (que queda en el cu... del mundo), nos encontramos con una base militar de frontera Panameña. ¡Si, llegamos a Panamá! Nos revisan y nos toman los datos, al principio nos sentimos un poco intimidados, porque todo es muy militar, no nos dejan andar sin remera y los gestos son adustos. Pronto entramos en confianza y nos empiezan a traer comida que aceptamos sin oponer la más mínima resistencia.

Ese mismo día conocimos a un cordobés (Seba), un Belga (Thibaut o algo así), su novia italiana (Angela) y un francés (Marc), que están hace dos días tratando de salir del pueblo. Nos cuentan que hay tres formas de hacerlo: Una avioneta sale una o dos veces por semana hacia Ciudad de Panamá, cuesta U$S 65 y nunca tiene lugar, alguna lancha perdida que llega sin aviso a comerciar y tarda ocho horas en su regreso a Colón (no son económicas y ya no queremos verlas ni en figuritas) y finalmente un barco carguero que lleva anclado varios días, no tiene capitán, promete salir a diario y nunca lo hace.

Conseguimos un sitio donde nos prestan dos hamacas para Aymi y Juan y nos permiten colgar las nuestras para pasar la noche. A la mañana temprano vamos a negociar con el administrador del barco y conseguimos un buen precio. El barco comercia a lo largo del archipiélago de San Blas con todas las islas de los aborígenes Kunas. Tardaría unos cuatro días y nos dejaría en un isla llamada Cartí. El pasaje incluye desayuno, almuerzo y cena, o sea arroz, arroz y más arroz. Sellamos pasaportes (Panamá es el primer país que pide solvencia económica para entrar, por supuesto nosotros "la tenemos") y a planificar nuestro futuro. Llamamos al puerto de Manzanillo y nos dan la excelente noticia de que tenemos siete días libres de bodegaje, eso nos daría tiempo para viajar en el barco. Todo listo.

El capitán del barco nunca llega, a cambio, otro contingente que incluye un argentino (Diego), una francesa (Julie), un canadiense (Joseph), un español y un inglés (¿?), aparece en escena. Todos nos anotamos para el barco, pasamos otra noche de hamacas y finalmente a la mañana siguiente aparece el capitán y se da la partida.

¡¡¡¡Toooodos a bordo!!!! Thibaut, Aymi, Angela y Loli.

Cada quién colgó su hamaca donde pudo y comenzamos la travesía. El único en vomitar fue Faca, a apenas dos horas de subir. Flojo y falto de sangre marina, solucionó sus problemas estomacales comiendo. Toda la tripulación era de aborígenes kuna, corrían por el barco de acá para allá y nosotros aprovechamos cada parada para hacer clavados desde el techo. El resto del tiempo leíamos (lo cual no ayudaba con los mareos), dormíamos (actividad favorita de la mayoría) o simplemente contemplábamos el océano infinito.

El comercio de plátanos es una de las principales fuentes de dinero de los pobladores de tierra firme. Al pasar por los pueblos, las canoas se arrimaban al barco e intercambiaban sus productos.

También había canoeros invisibles que comerciaban bananas invisibles. Según los datos del IOBCRSA (Instituto Oficial de la Banana y Cosas Raras que Suceden a su Alrededor), el tráfico de bananas invisibles es un 67% más difícil de combatir que el de las convencionales. Más que nada, sería porque no se ven.

Las comunidades kunas dejaron el continente desde hace tiempo, empujados por los conquistadores españoles a las islas. Si bien hoy recuperaron el territorio del continente, prefieren vivir mar adentro ya que allí el calor no es tanto y no hay mosquitos. En realidad esos no son los únicos motivos, el continente posee muchísimos recursos que sostuvieron a esta gente por cientos de años. Allí hay madera y buena caza, pero las comunidades kunas ya han perdido gran parte de su identidad. Viven de los U$S 100 mensuales que el gobierno panameño les da por familia, y ya no necesitan ser como los kunas que les predecedieron para sobrevivir. Su cultura fue totalmente permeable a lo que venía de afuera, beben coca-cola, cocinan con gas y sobre todo los jóvenes que se van a estudiar a la ciudad, vuelven impregnados de un occidentalismo que se abre rápidamente camino a lo largo y ancho del paradisíaco archipiélago. Los niños se disfrazan de hiphoperos, andan con MP3 y celular. Peor que el calentamiento global y la gripe porcina es la globalización, que deja de pié pero igual mata. ¿Opiniones?

Dos churros con carnet. ¿Quiere ser como ellos? ¿Usted desea su éxito? Lea ya su último libro: "Como ser inconmensurablemente atractivo para las mujeres del sexo opuesto" sale con la Billiken, tiene un costo adicional de treinta centavos y trae un detector de vino.


En cada parada aprovechabamos para dar una vuelta por las islas. La comunidad Kuna Yala es sumamente abierta, todos nos saludan e intentan comunicarse, aún con las diferencias de idimoa. Son gente tranquila y amable, es común que al llegar a las comunidades aborígenes, lo estudien a uno de pies a cabeza y lo miren con recelo al principio. No es el caso de esta gente, no había miradas inquisidoras, solo sonrisas y niños que se apiñaban delante de las cámaras esperando ser fotografiados.

No dan el perfil de American Idol. Que suerte.

Los chicos se acercan a chusmear nuestras caras raras, nuestra forma extraña de hablar y las máquinas que traemos colgadas al cuello. Nosotros parecemos un perchero, siempre llevando bártulos de acá para allá. Desde el barco los vemos pasar con..... nada, remo, canoa y calzón. No más. Alguien se atrebe a dudar de su felicidad.

Que ya no dude más, esta sonrisa habla por sí misma.

¡Que orgulloso estaría Jacques de este pibe!

Adivinen de que son las banderas. No. No. No, eso tampoco. La cruda verdad; campañas políticas.


Cuatro días y cuatro noches de vida flotante fueron más que suficientes, los de Fuego miran al horizonte y anhelan su exsistencia feliz en la tierra.

Carrera con delfines. Adivinen ¿quien ganó?

Gran parte del viaje, compartimos transpore con varios indígenas kunas. Cada quien se buscaba un lugar lo más cómodo posible para echarse. Entre plátanos, cocos, bolsas, máquinas de cocer, garrafas, hamacas y hasta un perro, viajamos a punta de arroz cuatro días y cuatro noches. Al tercer día, ya queríamos matar al "cocinero", mejor llamado "cuecearroz". Lo único que nos alegraba un poco la vida era abrir un coco por la tarde para picar algo distinto, lo malo es que pronto el coco también dejó de ser algo distinto. La última noche, el subdueño del Lya del Mar percibió el peligro real de un motín internacional a bordo, y al arroz, le agregaron un buen pedazo de pescado frito y otro de aguacate (palta). Una hábil forma de esfumar las ideas revolucionarias de una famélica plebe dispuesta a levantarse en armas. La verdad es que tanto el capitán, el dueño del barco, el administrador como los marineros, nos trataron muy bien y salvo por el menú, el viaje fue perfecto.

Titulo de la obra: "El ego de la aceituna"

Arriba de izq a der: Español, Inglés, Joseph, Angela, Thibaut, Seba, Marc y Diego. Abajo: Julie, Aymi, Peque, Faca y Juancho. La cuota occidental de la tripulación. Todos unos grandes muchachos, les deseamos buenos y largos caminos por delante.

El regreso triunfal a tierra continental, en la cara de Aymi hay una sola lectura posible ¡No más arroz!

Transporte de lujo de Cartí continental a la Ciudad de Panamá.

Una vez en tierra, las camionetas que te llevan a través de la selva a la capital, nos querían cobrar una pequeña fortuna. Como son el único medio de salida, aprovechan la volada y te fajan. Nosotros fuimos pacientes y tuvimos recompensa: llegaron dos camionetas a hacer un tarbajo y arreglamos con ellos pa´ la huida. "Los choferes malos" estaban enloquecidos, no querían dejarnos salir, alegaban y le gritaban a nuestros conductores que iban a perder su licencia, afortunadamente poco pudieron hacer para retenernos. El camino que une el Atlántico con el Pacífico es en gran parte una selva impenetrable, de un verde profundo. Grandes árboles centenarios se yerguen sobre sus bases y pueblan los terrenos montañosos. De ellos cuelgan enredaderas y parásitas de todo tipo, la selva es hermosísima. El paisaje hizo a la última travesía corta, cada tanto teníamos que parar a agregarle agua a la camio que tenía el radiador pinchado. Sin mayores demoras salvo ´las generadas por una columna de campaña electoral a la entrada de la ciudad, hicimos los 80 kilómetros que separan al Atlántico del Pacífico en algo más de dos horas y llegamos a la capital panameña sanos, salvos y por menos de la mitad del precio "normal".

Ya en Panamá, tuvimos la suerte de que Walter (el que más se parece a Mario Bros), de chiripa viera nuestro blog y nos contactara. Los siguientes días paramos en su casa junto él y María Pía. Dos papás adoptivos más para toda la vida. En la foto además Marcos, Susana, Nacho, Romina, Sol y los crotos de siempre, sonríen como candidatos presidenciales. La verdad es que esta familia de cordobeses nos salvó la vida, llegamos a Panamá con una mano atrás y otra adelante, para colmo, los trámites para sacar los autos del contenedor se complicaron muchísimo y de no ser por la gran mano que nos han dado, probablemente estaríamos durmiendo debajo de un puente y vendiendo estampitas en los semáforos. Hay mucho para contar de nuestra estancia en Panamá, pero quedará pa´ la próxima entrega de americaencitro.

Si bien estos últimos días han sido agitaditos, estamos felices. Este es un baile que nos gusta bailar. Lo que si ya no queda energía para seguir escribiendo. Queremos agradecer especialmente a Mauricio Suarez, Rodolfo Schmulson, El Cabezón Rod y toda la familia de Walter y Pía por lo que han hecho por nosotros. Una gran desafío ha sido vencido, el Darién es historia, ahora agozar de Centroamérica y sus playas.

Como siempre, les mandamos besos, abrazos y patadas ninjas, quédense tranquilos que gripe chancheril no tenemos y estamos super mimados aquí en Ciudad de Panamá. Les quieren, respetan y extrañan; Los de Fuego.

¡Yuk Punchagamma!