Nosotros llegábamos a ver, a tener una pequeña visión de un mundo tan ajeno al nuestro, y a la vez tan humano.
Aquí no hay dudas, las que mandan son las mujeres, que además se llevan la parte más dura del trabajo. El fuego no se apaga en todo el día, la olla con el maíz hierve eternamente sobre las llamas que dibujan volutas caprichosas en el aire. La conversación en Ixil es tan inalcanzable para nosotros, como los secretos que nos están prohibidos por el hecho de venir de afuera. Alguien nos dice que las tres piedras que sostienen la olla, son mucho más que eso, hablan de una cosmovisión, hablan de espiritualidad y de un pasado rico en historias y costumbres, pero aún preguntando, aquí nadie dice nada. El ambiente es oscuro y el humo ha teñido las paredes, nos convidan tortillas recién salidas del fuego, matamos el hambre y extenuados nos vamos a dormir.
A la mañana siguiente, salimos a las calles. Las mujeres van de aquí para allá con un pote de maíz hervido sobre la cabeza y muchas veces también una
guaguita (bebé) colgando de la espalda. En el molino cambian el grano por masa y vuelven a las casas listas para
tortear. El maíz o elote, es la base alimentaria de estas comunidades, no existe comida que no se acompañe con tortillas. Es llamativo también lo colorido de sus prendas, sobre todo porque no se relaciona muy bien con el carácter de la gente. Más allá de todo juicio, es
hermosísimo ver los diseños y el trabajo de las mujeres, hecho con telar de cintura bajo los aleros de las casas castigadas por el inexorable paso del tiempo. Los chicos nos gritan algo al pasar, se burlan de nosotros y nos persiguen. El pueblo no descansa, desde temprano el mercado es uno de los puntos de encuentro y la actividad en las calles no cesa ni aún a la hora de la siesta, que no parece ser una costumbre por estas tierras de altas montañas.
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Ya en la plaza, los chicos comienzan a ganar confianza y juegan a nuestro alrededor. No podemos dejar pasar la oportunidad para divertirnos un poco nosotros también.
Faca repite los únicos cuatro trucos de magia que conoce una y otra vez, durante media hora ante una multitud de niños que miran sin comprender de donde salió este extraño tipo. Como siempre la cosa terminó
descontrolada, con los chicos encima del mago que con un par de gritos serenó los ánimos, para así evitar conflictos. Los padres son muy celosos de sus hijos en estos pueblos, y un manotazo mal dado o un chico llorando pueden ser un problema serio siendo nosotros "gringuillos".
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Los días pasan y nos sentimos cada vez más habituados al lugar, y a la gente. Nuestra familia (increíblemente no nos dimos cuenta de tomarnos una foto juntos), nos ha abierto las puertas de su casa y compartimos las comidas.
Loli intenta
tortear y las mujeres se matan de risa viendo como las tortillas se le desarman en las manos. Parece que es imposible para nosotros gastar en hospedaje, ahora que pagábamos la habitación, las mujeres nos compraron
bijoux y terminamos ganando plata durante nuestros cuatro o cinco días de estancia en
Chajul.
Decidimos internarnos más aún en la montaña y visitar un pueblo más pequeño, Santa
Avelina. Allí a través de la asociación
chajulense nos pusimos en
conacto con Antonio, un productor de café que nos esperó en la plaza principal y nos llevó a visitar su finca y la finca de un amigo. El clima es ideal para la producción, fresco y húmedo, caminamos por las
callecitas embarradas mientras cargamos nuestras pesadas mochilas. Las piernas no responden y empiezo a sentirme mal, apenas puedo mantener la atención en los comentarios que
Antonio hace. Aún así puedo darme cuenta de que está convencido que somos inspectores o algo semejante. El hecho de que yo sea ingeniero agrónomo lo confunde aún más y se esfuerza por demostrarnos lo bien que trabaja su finca. Todo orgánico, todo en ley.
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La esposa de
Antonio, usa su mortero de piedra para preparar el
ají, tal como se acostumbra allí desde hace cientos de años.
Al bajar a su casa, su esposa nos espera con
boxbol; una típica comida de hojas de zapallo hervidas, envolviendo una masa blanda de maíz, con las pencas del zapallo y
ají picante. Comemos y comemos toneladas de
boxbol, cada vez me siento peor, pero no quiero ser descortés rechazando el alimento que nos han preparado. Café de la casa y a caminar nuevamente. Nosotros pensábamos quedarnos uno o dos días en el pueblo, por eso viajamos con carpa, bolsas de dormir y otro tanto de cosas que ahora debemos cargar por la montaña para llegar a los cafetales. Cada vez me siento peor y cuando termina la visita y paramos una camioneta en el camino, me siento aliviado. Esta vez si recibimos la
hospitalidad, compartimos un poco de todo esto que no deja de tener un sabor tan distinto, un sabor de autenticidad, de simpleza y humildad como aquel que nos dejó la selva de Ecuador y la hermosa gente de Río Blanco, un tiempo atrás.
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Antonio posa en sus cafetales, nunca entendió porque estábamos ahí, quienes éramos y que buscábamos. Nosotros nos cansamos de decirle que solo teníamos la curiosidad de conocer, pero al venir recomendados por la asociación
chajulense (que
nuclea y recibe el café de todos estos productores) él se sentía obligado a demostrar que sus trabajos estaban en regla.
Volviendo a
Chajul, nos levantó en un cruce, un médico local que había estudiado en Cuba. Le contamos lo mal que me sentía y nos dijo que pasemos a verlo por la
salita. Así lo hicimos pero el no estaba. Otro doctor me revisó y me dijo que la descompostura se me iba a pasar
solita, solo me
dio sales
rehidratantes que de poco sirvieron. Esa noche fue un desastre. Casi no dormí y me la pasé en el baño. Sin fuerza alguna, a la mañana siguiente volvimos a la
salita, y esta vez si, vieron que la cosa era seria. Estaba tan
deshidratado que no me encontraban las venas para meterme suero, seis pinchazos hicieron falta, ya para el último habíamos acordado con el doctor que si no lo lograba, me dejara así. Finalmente pudo
enchufarme la aguja en una vena y me metieron un litro y medio de suero. El resto del día, la Peque me cuidó y me la pasé en la cama. A veces pasa esto en los pueblos aborígenes, ya que no estamos acostumbrados y no tenemos las defensas que ellos tienen, contra los bicharracos que por allí pululan.
Al día siguiente antes de partir, le regalamos a la familia nuestra vieja carpa, ya que en Ciudad de
Guatemala,
Jóse nos hizo un
súper regalazo y nos donó una nueva de lujo. Armamos la vieja carpa para enseñarle a la familia todo el
procedimiento y quedaron encantados. Nos terminaron regalando las últimas dos noches y nos despedimos con
invitaciones para volver cuando queramos. Se repite la historia, lo que al principio parece imposible, con el tiempo, respeto y buenas intenciones, se logra, y el premio es el más hermoso.
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Con las fuerzas repuestas, volvemos a las carreteras. Ahora nos dirigimos a
Cobán. La puerta de las
Verapaces. De allí nos
movilizaremos a varios sitios que nos interesa conocer. El camino sigue poniendo a prueba a nuestra nave y a nuestras vejigas, por eso toca parar cada tanto para estirar las patas y reponer ánimos.
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En una zona derrumbada del camino, nos toca tomar un desvío improvisado. No se ven en la foto, pero las pendientes eran tan
pronunciadas (y encima de tierra suelta), que en varias oportunidades tuvimos que
entrarles dos y hasta tres veces. La Peque a caminar, bolsos y peso trasero abajo, esa fue al única forma de subir.
Ya en
Cobán la cosa se pone buena. Las muelas que
Sebastián (amigo de
Jose), generosamente nos había tratado sin cargo en Ciudad de
Guatemala seguían molestando, y cada vez más. Por eso
Seba nos puso en contacto con
Henley, un colega de
Cobán. Tratamiento de conductos para todo el mundo y asunto resuelto. Henley otro groso, que nos cobró baratísimo mi tratamiento y nos regaló el de la Peque. Ya habíamos pasado por el cuartel de bomberos y teníamos casa asegurada, pero mientras estábamos en lo de
Henley, pasaron unos chicos por la calle, y al ver a la nave empezaron a gritar buscándonos. La Peque bajó y así conocimos a
Karla, Pancho y la pandilla de los
Volkswagen.
Pancho,
Karla y
Melissa, nos invitaron a su casa durante unos cuantos días. Además de compartir su casa, nos integraron a su club de
Volkwagen, conocimos a sus amigos y a su familia que resultó ser más que especial. Nos mimaron muchísimo, nos llevaron de paseo por todos lados y sacando el Brasil 3 Argentina 1 (con Pancho vistiendo la camiseta de Brasil) aquellos días fueron perfectos. La familia
Archila resultó tener una gran historia y fuerte tradición en la recolección,
clasificación y
salvataje de cientos de especies de orquídeas que poco a poco van perdiendo su hábitat debido a la explotación forestal que gana terreno. El abuelo de Pancho
fue el precursor y sus hijos lo sucedieron. En su inmensa colección tienen cientos de especies aún no conocidas por el mundo científico y otras tantas ya
clasificadas, muchas de ellas
pertenecientes al género que en su honor, lleva el nombre de
archilae. Sin esperarlo, nos vimos inmersos en un mundo fascinante donde las que mandan son estas
bellísimas y
particulares flores.
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Las orquídeas son plantas muy
evolucionadas que combinan colores, trampas mecánicas, secreción de olores y demás tretas, para atraer a sus agentes
polinizadores específicos.
Relamente, un mundo maravilloso y lleno de trucos inesperados.
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Desde las miniaturas (del tamaño de una cabeza de alfiler) hasta las más imponentes, el factor común de estas flores, es su increíble belleza.
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Según nos cuentan por estas tierras, la tan famosa vainilla es una orquídea. Tomá mate.
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Algunas se asemejan a finas damas con suntuosos adornos.
Otras a torpes juglares.
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Pancho, Dani y los de Fuego, posan en la cima del santuario que los Archila están creando para salvaguardar muchísimas especies de orquídias y del sotobosque guatemalteco.
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Karla y Melissa acompañan al cantor de las pamapas.
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Tabicados, con sus hifas, tan viejos los hongos, capaces de lo que pocos pueden.
En Cobán hicimos un mantenimiento a la nave, con cambio de aceite incluído. De allí salimos a nuestro primer paseo, Las Cuevas de la Candelaria. Toda la península de Yucatán es como un gran queso gruyere. Su formación se realizó bajo el agua, en el mar caribe y en realidad son depósitos calcáreos de millones de años que emergieron a la superficie. Es esta piedra tan blanda, que el agua la erosiona con facilidad y los ríos entonces se vuelven subterráneos. Toda la península poseé cenotes y ríos que por tramos puden ser navegados dentro de las cuevas que van formando. Este es el caso de las famosas Cuevas de la Candelaria, un mundo subterráneo mágico y oscuro.
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La Peque y nuestra guía que no podría haber tenido un nombre más oportuno; Candelaria, dentro de las cuevas.
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Primero visitamos la cueva seca, plagada de estalactitas, estalagmitas y formaciones surreales. Por momentos la luz desaparecía absolutamente y la cueva cobraba vida, con sus ecos y extraños sonidos del agua que se filtra por todos lados, moldeando eternamente sus espacios.
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Alone in the dark.
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Extrañas formaciones subterráneas que se ven apetitosas, pero no los son.
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Dejamos atrás las cuevas y el próximo destino era la Laguna de Lachuá. Un espejo de agua turquesa perfectamente circular en medio de una selva de gran biodiversidad. Pero teníamos que hacer noche antes y los Archila, Pancho padre más exactamente, nos puso en contacto con las monjitas de Talita-Kumi. Allí nos recibieron las niñas con cantos de bienvenida, nos destinaron una habitación y nos invitaron a compartir la cena.
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Buenos amigos del camino, a cada paso nos ofrecen una mano desinteresada que hace posible nuestra travesía por tierra hasta Alaska. Les estaremos eternamente agradecidos.
Fueron dos noches en verdad, ya que al regreso de Lachuá, volvimos a la escuela de las monjas quichés, donde nos recibieron con los brazos abiertos una vez más.
Como el camino a Lachuá era largo y sobre todo estaba horrible. Decidimos dejar la nave en el colegio y hacer dedo. Un vendedor de salchichas y fiambres, nos levantó y nos dijo que iba hasta la laguna y más allá aún, pero debíamos parar a ver algunos clientes en el camino. Nos amontonamos en la cabina de la chata y ¡adelante! El camino realmente estaba imposible, nosotros volábamos en la camioneta, ya que Elder le tenía miedo a algunas zonas y llegamos a la entrada de la laguna en un par de horas, previa descarga de unos cuantos paquetes de salchicas aquí y allá. La caminata por el sendero en la selva fue de aproximadamente 40 minutos hasta la laguna y otros cuartena hasta la zona de baño.
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La selva guatemalteca es de la más ricas que hemos visto en cuanto a biodiversidad de especies.
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Y extraños radares fúngicos, abundan en aquellas latitudes.
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Los guardaparque no te permiten bañarte en el primer sitio al que se llega porque dicen es zona de cocodrilos. ¡¡¡¡Taaaaaanto cocodrilo va a haber!!!! Sabiendo que algún visitante puede pasarse de listo y hacer caso omiso de sus recomendaciones, han dejado allí en custodia de sus reglas a Dionisia.
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Este elocuente lepidóptero, persuade a los potenciales bañistas, de no exponerse a los peligros ocultos que yacen bajo la inmóvil superficie del espejo de agua.
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Acá no, o los cocos te comen.
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"La mayoría de la gente se avergüenza de la ropa raída y de los muebles destartalados, pero más debería ruborizarse de las ideas andrajosas y de las filosofías gastadas."
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La cigarra Berta no quiere ser menos que Alberto y escupe: "A falta de pan, buenas son las tortas".
Nada mal para una cigarra.
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En medio de la selva, se encuentra solitaria y hermosa. Lachuá es otro de los tantos tesoros que Guatemala tiene para ofrecer. Chapuzón, nachos con jamón Bremen y a volver. Quedamos con Elder que nos encontrabamos en la entrada nuevamente para el regreso, y así sucedió. El día redondito, llegamos a Talita-Kumi y a la mañana siguiente, vuelta a La Candelaria a saldar una cuenta pendiente.
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La idea era navegar el río subterraneo con gomones,
pero la primera vez que estuvimos ahí, no tenían ganas de llevarnos, asi que volvimos a por más. La experiencia es espectacular. Te metés en el río con el gomón y dejás que la corriente te arrastre. El recorrido total del río es de 30 kilómetros de los cuales solo se hacen tal vez tres o cuatro, que están bajo el cuidado de una comunidad Quiché. Fue algo surreal, apagamos las linternas y en plena oscuridad sentíamos a los murciélagos volando sobre nuestras cabezas. Obviamente no hay fotos ya que no se puede llevar la cámara sin estropearla. Pero la experiencia es más que recomendable para todos aquellos que vengan a conocer Guate.
Lo que no es tan divertido, es cargar el gomón a pié durante varios kilómetros por la selva de regreso.
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Cada quién adopta la técnica de carga que más cómoda le resulta.
Hicimos un paso relámpago por Cobán para ver Argentina - Brasil (grave error) y de vuelta a las rutas.
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Antes de entrar al taller de pintura, la Nucita (el bocho de Karla), fue autografiada por todos los miembros del club de "fusqueros" de Cobán. A su lado el citro toma aire para lo que viene.
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Calcomanías de americaencitro pa´ todo el mundo. Todo gracias a la generosidad de nuestros amigos de StickersShop de Cobán.
Nuestra siguiente visita fue a Semuc Champey. Nuevamente bajamos de la montaña, aunque sin abandonar la Alta Verapaz, para conocer uno de los lugares naturales más hermosos de todo el país (y eso es mucho decir). El camino fue un poco más tranquilo, salvo el último tramo hasta Lanquín, donde definitivamente bajamos hasta el nivel del río y el asfalto cedió terreno a la piedra.
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Semuc Champey es una loquera (diría Jose). El río Cahabón viene bajando furioso de la montaña con su imponente caudal, hasta que sin mayores preámbulos, se mete bajo la tierra y desaparece. Allí se forma un puente natural de piedra caliza de 300 metros, que a la vez posee varias pozas de aguas cristalinas y un color verde turquesa increíble.
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Por si fuera poco, todo está rodeado de un frondoso bosque tropical.
El sumidero es el sitio donde el río se vuelve subterraneo. Su potente caudal y lo blando de la roca (como veníamos hablando) es justamente lo que permite esta clase de fenómenos.
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El sumidero.
Si te caés acá, no la contás.
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Esta es la vista del puente con las pozas desde el mirador. Por debajo de esto está pasando el río. Sólo para que tengan una idea de la belleza del lugar, les contamos que esta foto la tomamos en un día nublado y con poquísima luz, ya que estaba a punto de oscurecer. Subimos al mirador y bajamos en tan solo 35 minutos, cuando se suponía que era un sendero de una hora y media. Era eso o perder el último colectivo a Lanquín, donde hacíamos noche y teníamos la nave.
La idea era conocer las grutas de Lanquín antes de regresar a Cobán, pero una espontánea pelea marital en la mismísima entrada a las cuevas, nos depositó en la ruta, con un humor de perros antes de lo pensado. En dos patadas, estábamos en Cobán por tercera y última vez.
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Pero ahora nos tocó mudarnos a la comodidad del Hotel Carlos V de Victor y Roxana. Este matrimonio leyó una nota que nos hicieron en un diario de Ciudad de Guatemala y nos escribieron un mail invitándonos a su hermosa posada. Mejor no nos pudo venir, ya que Pancho y Karla se habían fugado inesperadamente a Costa Rica (igual, con varios contactos para nuevo hogar y una tierna carta de despedida) para un encuentro de bochos y necesitábamos casa nueva. No sólo disfrutamos de la compañía de Victor y Roxana y de la comodidad de la cama matrimonial. El omelette Carlos V, que degustamos a la mañana siguiente durante el desayuno, difícilmente sea olvidado por este par de apuestos viajeros.
A toda la gente de Cobán ¡Mil gracias! Nos hicieron sentir súper queridos y como en casa. Ojalá volvamos a vernos en Guate, o porque no, en nuestra tierra gaucha.
Abandonamos Cobán, y en lugar de seguir camino a la selva del Petén como lo habíamos planeado, volvimos a enfilar hacia las eternas montañas que nos conducirían pasando por el bosque espinoso y el ecotono del quetzal, hasta la capital chapina.
Allí nos esperaban viejos y nuevos amigos, fama, fortuna y también infortunios, pero todo eso, pa´ la próxima.
¡Unas cuantas patadas ninjas y chau!
¡Arrivederci e buonafortuna!
Lo que se viene.... lo que se viene...
¡¡¡¡EEEEEEEEEEPAAAAAAA!!!! ¡Cuanto glamour para la nave!