Tamarindo está situada aún en suelo costarricence. Si, así de vagos estuvimos, tenemos que retornar unos dos o tres mil kilómetros atrás, para retomar el hilo de nuestro periplo. Aquí no se pierde nada señores. A escasos kilómetros de la frontera con Nicaragua y sobre la costa pacífica, realizamos nuestra última parada en suelo tico.
Apenas llegados nos encontramos con playas extensas, bañadas por cálidas aguas de aceptable transparencia y hordas cuantiosísimas de pichones de surfers, ocupando todo el espacio y respirando todo el aire. Sin rodeos encaminamos la nave en busca del Hostel de Wense. El gran Juan Cruz Nefi, incluso antes de salir de Mar del Plata, nos dijo “cuando lleguen a Costa Rica, vayan a Tamarindo que ahí tengo a un gran amigo que los va a estar esperando”. Así lo hicimos y pronto dimos con el Hostel “La Oveja Negra”. Wense no nos estaba esperando, pero al toque nos destinó un par de camas. Conocimos a Seba (su socio) y a mil argentinos más, que andan pululando por ahí. La cosa empezó bien.
No nos sacamos ni una misera foto con Wense y Seba. No busquemos culpables.... o mejor si hagámoslo. Culpemos a la gran cabeza de toruga, que aparta demonios del infiero para torturar la ya mísera e insegura existencia del microscópico Ralph, desde su mesa de luz. Lo cierto, Wenses y Seba se portaron super bien con nosotros, y nos hospedaron durante las cuatro primeras noches en su Hostel de lujo.
Intentamos vender un poco de bijoux en la calle, pero el billete se nos volvió esquivo. De todas formas la ecuación resultó favorable y en lugar de buenas ventas, pescamos buenos amigos.
Guchi, es otro marplatense exiliado que nos llenó de calcos el auto, nos vistió con remeras de “Banana Surf Club” y hasta nos inició en las artes del surf. Pensar que en Mar del Plata no tocábamos una tabla ni por casualidad. En fin, el lugar lo ameritaba y dimos entonces nuestros primeros pasos en el húmedo e insustancioso mundo de las ondas oceánicas.
Obviamente la foto no estuvo tan mal encuadrada en su concepción. A la derecha de Guchi estaba Loli, que justificó la tijereteada diciendo que la cámara no logró captar su glamouuuuuuuuurrrrr natural (o sea se veía fea). ¡Como si tal cosa fuera posible!
La incalculable cantidad de gauchos que deambulan por estas tierras, nos hicieron sentir como en la pampa misma (solo que en lugar de empanadas y facturas, ingeríamos frijoles y tacos).
Dos marplatenses más y vannnnnn...... Mati (capitán autoproclamado del Seleccionado Boliviano de Surf), y Javi (mecánico oficial de americaencitro). Los chicos paraban en La Oveja y compartimos todo menos la cama en aquellos días de lujuria.
Por la mañana, salíamos todo el Seleccionado Boliviano de Surf, encabezado por nuestro capitán, a playa larga, cruzando a nado el gran estero correntoso, para intentar domar las olas. Por la tarde, las ventas se nos seguían negando y los nuevos amigos caían, uno tras otro.
Pasados unos cuatro días conocimos a Caro y Toni, dos compatriotas autoexiliados de la locura de la capital porteña, a la tranquilidad de las costas del océano Pacífico centroamericano. Los chicos nos hospedaron en su casa durante casi una semana y así pudimos devolver a Wenses y Seba sus camas y la rentabilidad de su negocio. En la nueva casa si nos dimos varios lujos: asado la noche de la bienvenida (con la gran revelación de la técnica del volcán para encender el fuego), pizzas de los de Fuego, gloriosas milangas con puré, pastel de papa, ñoquis con champis, helado, chocolates y skittles para redondear un raid gastronómico sin precedentes en estos 20 meses de viaje.
El broche de oro fueron las dos grandes ventas de bijoux que hicimos gracias a la visión empresarial de Caro. Ella misma eligió unas cuantas piezas para su negocio (incluyendo un diseño exclusivo realizado por Faca en aquellos difíciles días de Bucaramanga. “El Republicano”, un collar de caída dura, pero de gran presencia y potencia glamorosa) y nos llevó donde Deborah, una amiga (argentina para variar), que nos hizo otro pedido enorme.
Caro y Tooooooooooonnnnniiii, dos grandes. Pocas veces nos sentimos tan cómodos e identificados con otros homo sapiens. Solo aquella vez, pero se trataba de una familia de homo erectus. ¡¡¡¡Ruuuuusticoooo neeeeneeeee!!!! ¡¡Gracias chichipíos!!
Mery y Caro. Acsoluta (con C) y auténtica belleza criolla.
Llegamos a Nicaragua rápido, en la frontera muchísima gente corría alrededor de la nave y todos trataban de ver si nos sacaban un peso de alguna forma. Nos tuvieron un buen rato, su técnica es hacer que uno pierda la paciencia y pague a alguien para que agilice el trámite. Como nosotros no andamos apurados y tenemos más de 10 fronteras encima…. Esperamos a que se convenzan de que no ibamos a garpar nada y pasamos chiflando bajito.
“El molino” Su soledad durará lo que dure su vida.
Una gran lluvia nos escoltó durante todo el camino (de excelentes rutas asfaltadas), hasta San Juan del Sur. Allí nos cruzamos casualmente con Martín, un amigo de un “amigo” de Argentina, y su novia francesa, Brigitte. Justo estaban de salida y tras una breve charla fuimos a buscar alojamiento en …… donde siempre…. El cuartel de bomberos. Inflamos el colchón y pasamos la noche en una habitación que nos prestaron. A la mañana siguiente los mosquitos nos habían chupado casi toda la sangre del cuerpo, pero seguíamos con energía suficiente y partimos hacia la hermosa isla de Ometepe, en el gran lago de Nicaragua. Desde la entrada misma a Nicaragua, se pueden ver los dos grandes volcanes que forman la isla, como dos gigantes que están remojando las patas en el lago.
“El Ferry” (con gordo y todo).
Subimos la nave a un ferry y una hora más tarde ganábamos los caminos de la isla.
“El bucle” (Metamorfosis elemental en seis etapas ligeras. Loli, Lenin, Lacant, Legrad, Lendel y Loli nuevamente).
Los alineadísimos adoquines iniciales del camino eran solo una pantalla. La realidad se nos reveló minutos después, cuando tomamos la vía que conduce al las faldas del Volcán Maderas. El camino fue un suplicio: cráteres lunares, piedras sueltas y lomadas destruidas disminuyeron nuestro ritmo y nos demandaron unas cuantas horas para ser transitados. En ese momento, maldijimos el instante en el que decidimos pasar a la isla con auto y todo.
“La bicicleta” (Niños sin cabeza).
Tras dar algunas vueltas, fuimos a dar a una de las tantas escuelas que se ven en el camino. Hablamos de nuestro viaje y acordamos intercambiar cartas y charlar con los chicos al día siguiente. Nos habilitaron un salón para el colchón inflable y bajamos a la vera del lago a comer unas repochetas (plato típico de masa de maíz, cubierta con queso tipo ricota, cebolla, repollo, frijol colado y zanahoria).
¡Llevo dos docenas por favor!
En la isla el ritmo de vida es tranquilo. Los chicos corren por todos lados y sus padres se dedican principalmente a la agricultura o la pesca. Un dato curioso, es que este es el único lago de agua dulce del mundo que tiene tiburones. Aparentemente, un río comunica al lago con el océano y estos escualos se adaptaron bien a las condiciones de vida que el espejo de agua dulce les ofrece. Los hay enormes dicen, pero claro, ya no en el número que solían encontrarse
“Murillo y Faca. Piensan luego existen”
Tras tantos días en Costa Rica, nos empieza a picar la conciencia y queremos hacer kilómetros, por eso nos apuramos a trepar a la gran cascada del volcán por la mañana, pasamos el resto del día con los chicos en el colegio y volvimos a tierras continentales a la mañana siguiente. Sufrimos nuevamente para alcanzar el ferry de regreso. El camino estaba tan malo que temíamos romper algo del auto y quedarnos tirados en medio de la isla sin posibilidades de arreglo. Por eso fuimos y vinimos muy despacio, la gente se moría de risa cuando nos veía andar casi a paso de hombre y los chicos como siempre, no perdían oportunidad para corrernos carreras de a pié, ganándonoslas en esta oportunidad (malditos mocosos bípedos).
Ayer colectivero, hoy amo entre los amos….. con su Peque….
“Efecto dominó” (A la Peque se le ocurrió enseñarles a hacer unas pulseritas a dos nenas y regalárselas).
De su equilibrio depende su existencia. Le estorbaban las ideas y las dejó en el suelo junto un montón de hojas podridas. Le estorbaban los ojos y los guardó en su bolsillo izquierdo, que necesitaba remiendo. Le estorbaba el yo, y ya que estaba, lo dejó caer junto al ello y el súper yo. El súper ello huyó antes de que Freud lo destripara vivo, y por eso asistió mudo a la escena, sin ser siquiera imaginado por ella (aunque dudaba de su propia existencia). ¿Los zapatos para qué? ¿Para que el concepto del bien? ¿Y el del mal? ¡Todo afuera! Liviana es más fácil alcanzar el cielo y hacer equilibrio. De su equilibrio depende su existencia. ¿Los zapatos para qué? Se despojó de su lengua que era demasiado húmeda y demasiado rosa, y alcanzó la cima en silencio. ¿Los zapatos para qué?
La lluvia amenazaba con chaparrones aislados, sobre todo por las mañanas, y nosotros bien sabíamos que nuestra salida dependía pura y exclusivamente de lo que ella dispusiera. No tanto por el nivel de río, si no por la tracción en las trepadas.
Al norte nos esperan Granada y León, Honduras y el Salvador, pero, como bien dicen los inconstantes (pretendiendo inexistente lucidez), hasta aquí llegó mi amor.
Ahora, a encargarnos de poner a la nave nuevamente en las pistas. Afortunadamente a diferencia de lo sucedido en Bucaramanga, esta vez tenemos aros para el cambio. Si bien están usados, esperamos que nos saquen del paso hasta que lleguen refuerzos desde la Argentina.
Como de costumbre los dejamos con un sabio consejo de Alberto.
¡¡¡arrivederci e buonafortuna!!!